Inicio Ocio La ‘chonificación’ de España: ¿Es Inditex el espejo de nuestra alma?

La ‘chonificación’ de España: ¿Es Inditex el espejo de nuestra alma?

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Recuerdo cuando era pequeño y acompañaba a mi madre a comprar ropa al centro de la ciudad. Las tiendas eran pocas, los escaparates modestos pero cuidados, y la ropa, aunque no siempre barata, tenía una cierta dignidad. Era la España de los 80, un país que aún olía a pueblo, a mercadillo de domingo y a sastrería de barrio. Hoy, mientras paseo con mis hijos por cualquier calle comercial, me topo con un paisaje bien distinto: maniquíes de plástico con leggins de leopardo, camisetas de tres euros y colas interminables frente a probadores saturados. ¿Cuándo empezó esto? ¿En qué momento España se vistió de choni? Y, sobre todo, ¿es Inditex el gran culpable de este fenómeno? No me malinterpreten, no estoy aquí para demonizar al gigante textil gallego ni a sus hermanas pequeñas —Primark, H&M y demás apóstoles del “fast fashion”—. Amancio Ortega, con su imperio nacido en Arteixo, ha hecho más por democratizar la moda que cualquier otro en este país. Pero esa democratización tiene un precio, y no hablo solo del que pagamos en caja. Hablo de cómo hemos cambiado como sociedad, de cómo hemos abrazado la inmediatez y lo desechable, no solo en la ropa, sino en nuestra identidad misma. La “chonificación” —permítanme el neologismo, que ya circula por las redes y los bares— no es solo una cuestión de estética. No se trata solo de las uñas acrílicas, los chándales brillantes o el reguetón a todo volumen. Es un estado de ánimo, una filosofía de vida que valora lo rápido, lo barato y lo vistoso por encima de lo duradero o lo sutil. Y en ese sentido, Inditex y sus competidores han sido los perfectos catalizadores. Han convertido la moda en un bien de consumo instantáneo: hoy compras, mañana te cansas, pasado lo tiras. ¿Les suena familiar? Es el mismo ciclo que seguimos con las series de Netflix o las noticias en Twitter. Todo efímero, todo reemplazable. Mi hija, que ya tiene edad para opinar sobre estas cosas, me dice que exagero, que “la gente se viste como quiere” y que eso es libertad. Y tiene razón, en parte. Pero cuando miro a mi alrededor, veo uniformidad disfrazada de elección. Las tiendas de Inditex —Zara, Bershka, Pull&Bear— ofrecen un abanico de opciones que, en realidad, son variaciones del mismo tema: tendencias globales masticadas y regurgitadas a precios irrisorios. Hace unas semanas, mientras tomaba un café en una plaza cualquiera, conté cinco chicas con la misma chaqueta oversize de Stradivarius. ¿Libertad o clonación? No culpo del todo a las empresas. Ellas solo han sabido leer el mercado, aprovechar nuestra sed de novedad y nuestra alergia al esfuerzo. En los 90, ahorrar para unas botas buenas era un rito de paso; hoy, mis hijos prefieren gastar 20 euros en algo que dure un mes antes que invertir en calidad. Y lo entiendo: los sueldos no dan para más, y la vida corre demasiado deprisa. Pero ahí está el truco de Inditex: te hace creer que estás en la cresta de la ola por cuatro duros, cuando en realidad te está vendiendo una ilusión de cartón piedra fabricada en Bangladesh. La chonificación, entonces, no es solo culpa de la ropa barata. Es el reflejo de una España que ha perdido el gusto por lo artesanal, por lo propio, por lo que lleva tiempo. Antes teníamos modistas, talleres, mercerías. Ahora tenemos polígonos logísticos y camiones que reparten cada dos días. Hemos cambiado la personalidad por la conveniencia, y el resultado está a la vista: un país donde todos vestimos igual, gastamos igual y, al final, parecemos iguales. Como padre, me preocupa. No quiero que mis hijos crean que su valor está en la camiseta que llevan puesta o en cuántos “likes” suma su outfit en Instagram. Pero como periodista, también me intriga: ¿es este el futuro que queríamos? Inditex no inventó la chonificación de España; solo le puso un uniforme. Y nosotros, encantados, lo compramos.

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