Su trabajo como pilares de apoyo a los represaliados y sus familias fue “imprescindible” y, a veces, incomprendido
VIGO, 11 (EUROPA PRESS)
El nacimiento del movimiento obrero gallego contemporáneo está grabado en la memoria colectiva de la sociedad con una fecha, el año 1972, y dos lugares (aunque no los únicos), Ferrol y Vigo; y en esa memoria también resuenan nombres como Daniel, Amador, Suso, Waldino, Eulogio o Rafael y, con algo menos de eco, los de mujeres como Margarita, Pilar, Luisa o Isabel.
Este mes de septiembre se cumplen 50 años de la huelga histórica que paralizó la industria de la ciudad de Vigo, en plena dictadura franquista, y que tuvo su preludio en las movilizaciones de marzo del 72 en Ferrol, en las que fueron asesinados Daniel Niebla y Amador Rey a manos de la policía franquista.
Con el paso de los meses, la tensión fue en aumento y el despido a principios de septiembre de varios trabajadores de la factoría de Citroën Hispania en el marco de unas protestas para reclamar una jornada semanal de 44 horas, fue la chispa que encendió un episodio trascendental para entender no solo la movilización obrera en Galicia, sino también la lucha por las libertades y la democracia.
El lunes 11 de septiembre de 1972, los trabajadores concentrados a las puertas de Citroën inician una marcha hacia otras factorías de la ciudad, y a ellos se suman operarios de Reyman (una fábrica de gomas en el barrio de Coia), de los astilleros Santo Domingo, Hijos de J. Barreras y Vulcano, y de otras empresas.
En los días posteriores, decenas de miles de trabajadores y trabajadoras se sumaron a las protestas (los medios llegaron a cifrar en unas 20.000 las personas que habían ‘parado’ en diferentes sectores) y lograron mantener el pulso durante dos semanas, en las que se sucedieron las detenciones, el acoso de las fuerzas policiales (con efectivos llegados de León y Valladolid), y con más de 5.000 cartas de despido enviadas.
Y, ¿cómo fue posible, en un contexto como el de entonces, mantener ese pulso, durante tanto tiempo?. La respuesta para muchos de quienes vivieron esos acontecimientos es clara: gracias a las redes de apoyo y solidaridad tejidas por miles de personas, la mayoría anónimas y, especialmente, gracias a las mujeres.
“SIN ELLAS, HUBIERA SIDO IMPOSIBLE”
“La historia siempre silenció el papel de las mujeres, y con las huelgas del 72 pasó lo mismo”, ha señalado la secretaria xeral de CC.OO. en Galicia (la primera mujer que ocupa ese cargo), Amelia Pérez, que ha añadido: “Pero sin ellas, la huelga de septiembre, y otras, hubieran sido imposibles”.
“Se hizo lo que se tenía que hacer”, es la reflexión de varias de las personas que participaron activamente en las protestas, algunas en un segundo plano.
Pilar Lago, por entonces militante del PCE, ha señalado que, al margen de la conciencia política que pudieran tener hombres y mujeres más o menos vinculados a alguna organización, lo que permitió una huelga como la de hace 50 años fue “una inmensa, espontánea, solidaridad”.
Solo así puede entenderse que docenas de familias pudieran salir adelante esos días, y en los meses posteriores, con el padre o madre (o ambos) detenidos, despedidos o escondidos.
Tanto Pilar, como Matilde Refojos (que regentó un puesto de fruta en el Mercado de Teis, trabajó en una fábrica textil y en una floristería), o Mari Carmen Caride (cuyo futuro marido militaba en el 72 en el PCE y en Comisiones Obreras, y trabaja en Factorías Vulcan) coinciden en sus recuerdos.
Las vecinas dejaban alimentos a las puertas de las casas donde sabían que había problemas; las pescaderas, como la señora Maruja de Teis, regalaban el género a quienes habían sido despedidos; otras se quedaban con los hijos de las que acudían a asambleas clandestinas; o las mujeres que regentaban bares, como la señora Ramona en Pousafoles, que siempre tenían un puchero preparado para quien llevaba días sin cobrar.
“Había gente organizada, pero las redes de apoyo surgieron espontáneamente y, más que con la conciencia política, tenían que ver con la humanidad y la dignidad de las personas”, ha recordado Matilde, que también ha rememorado “el miedo” de la gente y la presencia constante de agentes de la Brigada Político Social “por todas partes”.
Luisa Cuevas, que entonces tenía 17 años y estaba en el Instituto Santo Tomé (solo para chicas), rememora esas semanas apuntando la visión de una joven estudiante, comprometida políticamente. En su barrio, A Salgueira, también se respiraba la indignación por la represión a los obreros, el miedo y la expectación sobre el resultado de una movilización que puso el jaque al régimen. “Casi toda la ciudad estaba volcada, muchos estudiantes también. Las tiendas y comercios cerraron, la solidaridad fue total”, ha explicado.
“MERECIÓ LA PENA, TODO ESTABA POR HACER”
En la primera línea de la organización clandestina estuvieron también algunas mujeres, como Margarita Rodríguez Montes (infiltrada de CC.OO. en el Sindicato Vertical del Grupo de Empresas Álvarez) o Pilar Pérez (extrabajadora de Álvarez y de la cooperativa COGALCO).
“Yo no pasaba miedo porque no me creía importante, solo hacía un trabajo para el partido y el sindicato, incluso el juez ante el que comparecí tras mi detención en el 72, me dijo con desprecio que me fuera a casa, que yo no era de ‘los que mandaban'”, ha recordado Margarita, aunque ha matizado que, con todo, esa huelga “fue un zarpazo” al régimen.
El 26 de septiembre, tras dos semanas de movilizaciones, se acordó el regreso a los puestos de trabajo, aunque no todos pudieron volver, porque unas 400 personas fueron despedidas (entre ellas la propia Margarita). “Pero creo que fue un éxito. No logramos lo que pretendíamos, que era extender la huelga a toda España, pero les metimos mucho miedo”, ha apostillado, antes de proclamar: “Mereció la pena. No me arrepiento de nada, porque todo estaba por hacer”.
Pilar Pérez, por su parte, ha recordado el especial sacrificio que hicieron las mujeres que estaba organizadas políticamente porque, pese a tener (con carácter general) el apoyo de sus ‘camaradas’, mucha gente “te colgaba rápidamente el cartel de puta, al verte llegar de madrugada a casa, o por no estar encerrada atendiendo a los hijos o al marido”.
En su caso, además, llegó a la huelga del 72 ‘bregada’ en la lucha, porque ya había sido detenida y encerrada en mayo del 69 en la cárcel de la calle Príncipe, donde coincidió con su marido, aunque en salas separadas. Allí Pilar supo que estaba embarazada de su primera hija y allí se lo comunicó a su marido, a través de una reja y a gritos: “¡Estoy preñada!”.
UNA MIRADA DESDE EL PRESENTE HACIA QUIENES “ROMPIERON EL MIEDO”
Medio siglo después de lo que ocurrió en Vigo, Amelia Pérez proclama con contundencia que esa huelga “fue un triunfo” y ha insistido en poner el valor el papel de las mujeres que, “sabiendo que no iban a formar parte de la historia oficial, ni salir en los libros”, tenían claro que “su papel era imprescindible”.
Su rol esos días, ha destacado, tenía “un doble valor” porque la sociedad de la época “les reservaba otro papel”. Así, no solo estaban dando un paso adelante “en un mundo de hombres”, como era el de la lucha obrera clandestina, sino que, en muchos casos, “su entorno no las comprendió” porque “se suponía que tenían que estar en casa, cuidando del hogar y los hijos”. “Las nuevas generaciones debemos aprender de ellas valores como la generosidad y la prioridad de lo colectivo”, ha subrayado.
En la misma línea, Montse Carrera, responsable comarcal de CC.OO. en Vigo, ha añadido que, en general, la ciudadanía viguesa “desconoce” la trascendencia de esos hechos, y el valor de unas mujeres que, en plena dictadura y en una sociedad patriarcal tutelada de forma opresiva por la Iglesia, “rompieron el miedo”.
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