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Una madre con discapacidad y uno de sus hijos estrenan casa y comienzan un nueva vida en un pueblo de Ávila

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MADRID, 17 (SERVIMEDIA)

Jessica Cano tiene 32 años y una enfermedad neurodegenerativa que le resta movilidad con el paso del tiempo. Así es la Ataxia de Friedreich, tan poco común como su nombre y como esta madrileña que, pese a una discapacidad reconocida del 65%, asegura que “nunca le ha faltado un plato de comida a mis hijos ni un lugar donde dormir”.

El destino de Jessica y su familia ha dado un viraje inesperado cuando la Fundación Madrina le entregó las llaves de su nueva casa. Un chalé, ubicado en Santa María del Berrocal, un pueblo castellanoleonés de 500 habitantes, dotado de dos plantas, dos baños, cinco habitaciones y un terreno. “Por fin un hogar”, reflexiona Jessica que ha tenido que recorrer muchos kilómetros de incomprensión con su andador hasta finalmente encontrar su lugar en el mundo.

“Ahora lo tengo todo. Una pareja, bueno más bien prometido, porque nos vamos a casar y a mi hijo pequeño que está aquí conmigo”, relata Jessica en una entrevista a Servimedia. Aunque hay una ausencia, la de su hija mayor. “Por problemas de convivencia”, apunta la progenitora, “el pasado año solicité que estuviera bajo la tutela de la Comunidad de Madrid”. “Necesitaba ayuda especializada que yo no podía ofrecerle”, explica.

DE MADRID AL ‘PARAÍSO’

La vida de esta mujer con discapacidad no ha sido fácil. Jessica ha convivido desde su niñez, sin saberlo, con una enfermedad hereditaria que daña el sistema nervioso. Se llama Ataxia de Friedreich y afecta, principalmente, a la médula espinal y los nervios que controlan los movimientos de los brazos y las piernas. “A mí me la diagnosticaron cundo nació el niño”.

Ella le quita importancia a su situación y asegura “que todas las madres, con o sin enfermedad, tienen que batallar duro” para sacar adelante a sus hijos. Pero lo cierto es que el pasado de esta madrileña ha sido un duro peregrinaje por diversos pisos de acogida de la Fundación Madrina, con su pequeño de tan sólo tres años. Después pasó a compartir piso “pero llegó la pandemia y la compañera se quedó sin trabajo”, rememora. “Me vi en la calle y tuve que recurrir a un familiar que acabó echándome e incluso pegándome”.

Jessica llegó a convivir con su pequeño en una habitación hasta que decidió volver a tocar la puerta de la Fundación. “Sabía que me ayudarían. Pero no esperaba una casa así de ensueño. Estoy sorprendida y nerviosa con mi nueva casa”, confiesa. “Me imagino cómo va a ser mi vida a partir de ahora con Eduardo, mi pareja, mi hijo y espero que, en un futuro, también mi hija”.

“EL MIEDO PERSISTE”

“Este viaje de Madrid hasta aquí ha sido como dejar atrás lo malo y partir de cero. Es como estrenar casa y vida al mismo tiempo”, asegura con entusiasmo esta madre. Y lo es para todos los miembros de la familia. El pequeño Manuel que ahora tiene siete años se muestra ilusionado porque “por primera vez tiene su propia habitación”, y añade “antes dormía en el salón”. Eduardo, el futuro esposo de Jessica es fontanero de profesión y le han asegurado que en Santa María del Berrocal “hay muchas tuberías que reparar”. Ahora queda por delante todo ‘el papeleo’, empadronarse, matricular a Manuel en la escuela, lograr que les asignen un médico. Poner el contador a cero.

Pese a ser un punto y aparte en la vida de Jessica esta madre confiesa que “hay un miedo que persiste”. “Desde que la tutela de Cristina, mi hija mayor de 13 años está en manos de la Comunidad de Madrid ha habido intentos de que mi hijo también entre en el sistema”, se lamenta. “Pese a mi enfermedad puedo cuidar y atender a mi familia. Lo he hecho siempre”, afirma esta renovada mujer. No hay mayor fuente de energía que la ilusión por empezar una nueva vida.


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