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Una familia de refugiados ucranianos sordos aprende lengua de signos española para romper con su aislamiento

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MADRID, 24 (SERVIMEDIA)

Ser refugiado ucraniano y presentar una discapacidad obliga a sortear una doble barrera: la de las fronteras para encontrar un país seguro y la de su propia discapacidad. Al llegar a su nuevo destino el primer obstáculo es el idioma, lo que se complica aún más cuando la discapacidad es la sordera y ni siquiera pueden oír. Este es el caso de los Kondra, una familia de refugiados ucranianos compuesta por seis miembros, todos ellos sordos, que viven en Zaragoza, donde estudian la lengua de signos española para comunicarse con su nuevo entorno.

Vitalik Kondra y su mujer Diana abandonaron Ucrania hace diez meses con sus dos hijos, Kristian y Marco, de cuatro y un año respectivamente, y los abuelos paternos, Viktor y Liudmila Kondra. Cuando se cumple un año de la invasión rusa, los Kondra han pasado del confinamiento en los refugios antibombas en Jersón (su ciudad natal) al aislamiento más absoluto en España por sentirse refugiados sordos sin intérprete de lengua de signos ucraniana.

Según datos del Comité Español de Representantes de Personas con Discapacidad (Cermi), “de los 37 millones de personas refugiadas que hay en el mundo, 14 millones tienen una discapacidad”. Antes de empezar la guerra, en Ucrania había 2,7 millones de personas con discapacidad, muchos de los cuales tuvieron que salir huyendo a otros países.

Desde que Rusia invadió su país, se pusieron en marcha en España diversas iniciativas de cooperación y apoyo a este colectivo. Por ejemplo, en mayo de 2022 la Agrupación de Personas Sordas de Zaragoza y Aragón (ASZA) estableció un programa destinado a refugiados ucranianos con discapacidad auditiva desplazados por la guerra. Un programa pionero gracias a la colaboración con Fundación ‘la Caixa’, la Fundación Sesé, la Fundación Caja Inmaculada (CAI) y la Fundación Ibercaja.

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En este contexto cobra especial valor el trabajo voluntario de Svitlana Hanziuk, una joven intérprete de lengua de signos ucraniana que ha hecho posible que la familia Kondra, una vez instalada en España, pueda establecer contacto con sus nuevos vecinos.

NO ESCUCHAR LAS SIRENAS

Este viernes se cumple un año de la invasión de Ucrania por Rusia. Vitalik Kondra recuerda en una entrevista a Servimedia cómo aquel 24 de febrero de 2022 se enteró del estallido de la guerra. “Yo no escuchaba los bombardeos”, explica el joven refugiado, “y fueron mis compañeros de la fábrica donde trabajaba en Jersón los que me señalaron al cielo para indicarme que la guerra había empezado”. “Entonces fui a mi casa para avisar al resto de la familia”.

“Las autoridades nos aconsejaron que nos refugiásemos en los sótanos y acabamos en un refugio antiaéreo, pero al ser sordos estábamos desubicados. No entendíamos nada de lo que estaba sucediendo alrededor”, rememora Vitalik. “Los niños estaban nerviosos, no paraban de llorar porque estábamos en un lugar oscuro”.

Este joven matrimonio y sus dos pequeños vivieron con angustia los primeros días de una guerra que, como el pequeño Marco, ha cumplido ya un año. Atrás quedaron aquellos días de zozobra en los que no podían escuchar las sirenas que alertaban del peligro a la población y se guiaban por los aviones rusos que veían sobrevolar el cielo de Jersón. Tras una semana recogieron sus enseres y se fueron a Rumanía, la frontera más cercana a su ciudad. Pero esta tan solo sería una de las primeras barreras que los Kondra han tenido que superar a lo largo de estos 365 días desde que estalló la guerra.

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Una vez instalados en Rumania se reunieron con los padres de Vitalik y ante el empeoramiento de la situación, relata el joven, “decidimos viajar a España porque allí teníamos unos conocidos. Fue un largo viaje de dos días en autobús que pudimos hacer gracias a la ayuda económica de una congregación religiosa”.

“Nos alojaron en una antigua residencia para personas mayores de Teruel en la que solo había refugiados ucranianos, pero todos eran oyentes y no teníamos contacto con ninguna familia más sorda ni había ningún intérprete de lengua de signos, así que nos sentíamos totalmente aislados”, relata.

“Los niños se aburrían mucho”, rememora, “fue una experiencia muy difícil”. Esta familia que logró sortear innumerables controles rusos y ucranianos en su huida del país, tuvieron después que enfrentarse a una barrera inexpugnable: la falta de comunicación.

Afortunadamente, a través de las redes sociales Vitalik se encontró con Svitlana Hanziuk, una antigua compañera de estudios, también sorda, que trabaja como intérprete de lengua de signos en la Agrupación de Personas Sordas de Zaragoza. Al conocer la situación de aislamiento de la familia, rápidamente gestionó el trasladado de los Kondra a esta ciudad.

Diez meses después, y con la ayuda de la Cruz Roja, se muestran profundamente agradecidos porque “España nos ha dado un lugar para dormir, alimentos y una oportunidad para continuar adelante”, afirma Vitalik. Su madre y la abuela de los pequeños, Liudmila Kondra, de 57 años, confía en que al menos su marido y su hijo logren validar el certificado de discapacidad en España “para optar a un puesto de trabajo”, pues teme que las ayudas actuales del Gobierno español terminen “acabándose”. “No queremos volver a Ucrania porque tenemos mucho miedo”, apostilla.

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A la adaptación a una nueva vida en Zaragoza como refugiados de guerra hay que sumar la discapacidad. Su sordera les colocó en una situación especialmente vulnerable en su país durante la guerra. Ahora como refugiados sordos en España la barrera a superar va más allá de aprender el idioma y los Kondra están trabajando en ello. Los pequeños están matriculados en un colegio especial para alumnos con discapacidad auditiva donde aprenden a leer, escribir y signar en español.

La familia mantiene contacto por videollamada con los abuelos maternos, que también son sordos y permanecen en Ucrania. El resto de la familia en Zaragoza recibe clases diarias de lengua de signos española que es completamente diferente a la ucraniana. Los Kondra han roto con su incomunicación gracias, en parte, al trabajo de su compatriota Svitlana.

Su papel ha sido fundamental durante todo este tiempo para que la familia pueda entenderse en España. La intérprete de lengua de signos ucraniana traslada todo lo que ellos quieren decir a otra intérprete española, María Sáez, quien a continuación verbaliza las conversaciones con la gente e inicia el proceso a la inversa. Ahora les enseña la lengua de signos española para que en un futuro ellos puedan comunicarse libremente con los vecinos.

Mientras tanto, Svitlana ha sabido tender un puente entre las manos que hablan de la guerra y las que acogen a los que huyen del conflicto.


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