MADRID, 18 (EUROPA PRESS)
La niebla cerebral, la fatiga y el dolor de cabeza son síntomas de la COVID-19 persistente. Ahora, un estudio de la Universidad de California en San Francisco (Estados Unidos) ha apuntado a otro efecto persistente del SARS-CoV-2, identificado meses después de la infección: la reducción de la capacidad de hacer ejercicio.
En su estudio, publicado en la revista científica ‘JAMA Network’, los investigadores identificaron 38 estudios anteriores que hacían un seguimiento del rendimiento en el ejercicio de más de 2.000 participantes que habían padecido previamente COVID-19, incluidos aquellos con probable COVID-19 persistente.
Los investigadores redujeron su análisis a nueve estudios en los que se comparó el rendimiento en el ejercicio de 359 participantes que se habían recuperado del virus con el de 464 participantes que tenían síntomas compatibles con la COVID-19 persistente.
La edad media de los participantes en estos nueve estudios oscilaba entre los 39 y los 56 años, y el índice de masa corporal medio oscilaba entre 26 (sobrepeso) y 30 (obesidad).
Los resultados sugieren que la cohorte de COVID-19 persistente en este subgrupo puede tener una extracción de oxígeno reducida en los músculos, patrones de respiración irregulares y una menor capacidad para aumentar la frecuencia cardíaca durante el ejercicio para igualar el gasto cardíaco.
Además, los investigadores señalaron que había indicios de desacondicionamiento, algo que ocurre en cierta medida tras la mayoría de las enfermedades físicas que provocan inactividad. Es importante destacar que no todos los resultados podían atribuirse al desacondicionamiento.
Las pruebas de ejercicio se realizaron al menos tres meses después de la infección por el SARS-CoV-2 y consistieron en pruebas de ejercicio cardiopulmonar (CPET), en las que se midieron el oxígeno y el dióxido de carbono, junto con otros índices de la función cardíaca y pulmonar, mientras el participante utilizaba una cinta de correr o una bicicleta estática.
Al comparar la tolerancia al ejercicio, los investigadores descubrieron que la tasa máxima de oxígeno del grupo con COVID-19 persistente era 4,9 ml/kg/min inferior a la del grupo recuperado. Según el primer autor del estudio, Matthew S. Durstenfeld, esta diferencia equivale a 1,4 equivalentes metabólicos de tareas (MET), una medida de la energía consumida durante las actividades físicas.
“Esta disminución de la tasa de pico de oxígeno se traduciría aproximadamente en que una mujer de 40 años con una capacidad de ejercicio esperada de 9,5 METs, bajaría a 8,1 METs, la capacidad de ejercicio esperada aproximada para una mujer de 50 años”, ha detallado.
Otra forma de verlo, según Durstenfeld, es que una jugadora de tenis de dobles podría necesitar una transición a jugar al golf con un carrito o a realizar ejercicios de estiramiento, y las que nadan a nado podrían encontrar que los ejercicios aeróbicos de bajo impacto son una mejor opción.
“Pero es importante tener en cuenta que se trata de una media. Algunos individuos experimentan una profunda disminución de la capacidad energética y muchos otros no experimentan ninguna disminución”, ha advertido.
En su análisis de los estudios, los investigadores afirmaron que, aunque encontraron pruebas “modestas pero consistentes” que sugieren que la capacidad de ejercicio se reduce en los participantes con COVID-19 persistente, había “una baja confianza en la magnitud del efecto”.
Lo atribuyeron al pequeño tamaño de los estudios, al sobremuestreo de participantes hospitalizados, así como de aquellos con síntomas agudos que habían sido remitidos a clínicas de COVID-19 persistente y para CPET, y a la variabilidad en las definiciones de COVID-19 persistente y de las modalidades de CPET. Ninguno de los estudios había realizado CPETs antes de la infección para su uso en comparación.
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