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Música contra la censura en un estreno ‘de narices’ en el Teatro Real

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MADRID, 13 (EUROPA PRESS)

El Teatro Real ha acogido este lunes 13 de enero un nuevo estreno muy aplaudido de la ópera ‘La nariz’, de Dmitri Shostakóvich, obra enmarcada en el género de la sátira y lo grotesco e inspirada en un relato de Gogol con el que ambos autores se vieron amenazados en algún momento (y, en el caso del primero, vetados) por la censura.

La obra de Gogol usa el humor para cuestionar el estatus social en base únicamente a las apariencias –algo que, como es lógico, no veían bien los regímenes autoritarios–. Pero lo hace a través de una sátira que podría rozar en ocasiones lo grotesco y absurdo, ese tipo de humor que tanto desarrolló posteriormente Ionesco.

Y es por ello que la mayor ‘sorpresa’ de esta ópera –y quizás ya no tan sorpresa porque se ha avisado– es la irrupción casi al final de la obra de una Anne Igartiburu en el papel de ‘presentadora’, quien trata de explicar el sentido de la obra. “Y es que el mayor misterio es por qué nadie querría representar (esta historia descabellada) en ópera”.

Con un elegante vestido rojo, Igartiburu ha hecho un guiño a su paso por la televisión –“hola, narizones”, ha espetado al público con su complicidad–. Y ha continuado interpelando a los espectadores al respecto, asegurando que “si algo de la realidad se reconoce” en esta historia, “algo de verdad queda”.

Gogol, que ya hizo un retrato de la burguesía casi ‘kafkiano’ en uno de sus primeros relatos –‘El Capote’–, vivió siempre en un incómodo pulso con la máquina de poder zarista, que en ningún momento vio con buenos ojos sus historias de una Rusia de personas marginales y obsesionadas con ascender en la escala social.

No obstante, no tuvo que enfrentarse a la censura directa como sí le ocurrió a Shostakovich con su adaptación operística de ‘La nariz’. Pese a que esta obra se estrenó por primera vez en 1930 en Leningrado (actual San Petersburgo), la larga sombra de Stalin terminó por engullir a ‘La nariz’, posteriormente prohibida durante 40 años en la Unión Soviética.

“En los primeros años 1930 parece que las autoridades soviéticas entendieron perfectamente el sentido de las andanzas de ese pobre funcionario desnarizado y sin dignidad. Uno de los críticos soviéticos más del régimen la tachó de ‘bomba de mano anarquista’, y los censores pro-estalinistas la expulsaron del repertorio durante cuarenta años por ‘formalista’: la indignación del ‘establishment’ soviético era, en el fondo, lógica (…)”, explica el propio Joan Matabosch al respecto de esta obra.

Solo en 1974 fue recuperada por la Ópera de Moscú –en España, por ejemplo, tampoco ha sido muy habitual: esta es la primera vez que se representa en el Teatro Real, con solo un precedente en 1992 en el Real Coliseo de Carlos III de El Escorial–. Lo que el público termina de ver en el escenario, no obstante, es algo diferente a lo que ideó el escritor ruso.

En ‘La Nariz’, el protagonista se encuentra de repente sin una parte esencial de su anatomía, no para vivir y respirar, sino para evitar las miradas reprobativas de sus conciudadanos. Si en el relato de Gogol el personaje era alguien engreído y altivo, en la obra de Shostakovich nos encontramos ante un “héroe trágico que incluso suscita nuestra compasión”, en palabras de Joan Matabosch.

UN NÚMERO DE NARICES DE CLAQUÉ

La ópera cuenta con momentos realmente extravagantes, pero que han provocado la risa en el público. Por ejemplo, una nariz gigante con flatulencias, que su propio dueño cree reconocerla como una consejera de Estado. También ha causado hilaridad un espectacular número de claqué de casi una decena de narices bailarinas. O justo al principio, la participación de varios ‘invitados’ en el patio de butacas que critican con humor la obra.

Las burlas y menosprecios de las personas con las que se junta terminan por convertir a Kovaliov –llevado a escena por el también aplaudido tenor Martin Winkler– en un ‘outsider’. ‘Un hombre sin nariz es menos que un hombre’, se llega a exclamar en uno de los pasajes.

La puesta en escena es moderna, siendo lo más característico esa gigante nariz –también las hay pequeñas– con vida propia que pretende huir de la ciudad y genera sonrisas al espectador. Barrie Kosky, otro de los triunfadores de la noche pese a su arriesgada apuesta, juega con los contrastes de luces y –mucha sombra– para generar una sensación onírica que se integra en la trama.

Trama que es lo más importante de la obra –“la música carece de fin en sí misma, por sí sola no dice nada, está al servicio de la trama”, señalaba Mark Wigglesworth, director musical–. Esta ópera moderna del siglo XX apuesta por el ritmo en lugar de la armonía y hace coincidir el ‘timing’ del drama con la música.


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