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Lola Bolinches, estudiante voluntaria que participó en la dana, expresó: “Todos teníamos el deseo de ayudar pero no conocíamos la forma de hacerlo”

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“Ahora estamos en Fallas y ya ha habido homenajes. Seguro que para el 8 de marzo se recuerda a las víctimas”, vaticina

MADRID, 1 (EUROPA PRESS)

Lola Bolinches tiene 22 años y está estudiando un Master en Creación y Gestión de Empresas Innovadoras en la Universidad de Valencia, donde se encuentra su residencia habitual. Como otros muchos estudiantes, se movilizó para ayudar en los días siguientes a la dana que sufrió principalmente gran parte de la provincia de Valencia, que dejó más de 220 fallecidos. “Todos queríamos ayudar pero no sabíamos cómo”, rememora para Europa Press días antes del 8 de marzo, Día de la Mujer, cuando cree que lo ocurrido marcará las manifestaciones y actos previstos.

“Ahora estamos en Fallas y ya ha habido homenajes. Seguro que para el 8 de marzo se recuerda a las víctimas y a todos los damnificados”, asegura convencida. Precisamente, el pasado 23 de febrero, las falleras mayores de Valencia, Berta Peiró y Lucía García, hicieron un llamamiento a “encender la llama” de las Fallas 2025 durante el acto de la ‘Crida’, con un mensaje “de esperanza” y recuerdo a las localidades afectadas por la dana y también “al mundo”. “No os olvidéis de València, la ciudad de la solidaridad infinita. Aquí estamos para volver a levantarnos de nuevo”, clamaron.

Para Lola, todo comenzó el pasado 28 de octubre de 2024, a las 23.00 horas. “Avisaron desde la Universidad que cancelaban las actividades docentes pero no nos extrañó porque eso ha pasado otras veces: cuando en Valencia llueve mucho, se colapsa todo pero realmente no ocurre nada más”, puntualiza.

Al día siguiente, 29 de octubre, a las 7 de la mañana, la joven recibió “la alerta de Protección Civil para evitar desplazamientos”. “Pero lo más impactante es que nunca llegó a llover en Valencia pero por otros compañeros sí sabíamos que estaba lloviendo”, ha recordado, en alusión a un amigo suyo de Algemesí que dejó de contestar a los mensajes el 30 de octubre. “Cuando vimos las noticias, no dábamos credito; todos estábamos preocupados por él”, indica.

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Ante esta situación, las clases siguieron canceladas y el día 31 de octubre afirma que “corrió el bulo de que iban a cortar el agua porque estaba contaminada”. “Todo el mundo se volvió loco comprando agua a precio oro, con colas enormes en los supermercados. Desde el Covid no veíamos nada así”, ha señalado la estudiante, para añadir a continuación que el corte de agua “en ningún momento se llevó a cabo”.

En cualquier caso, precisa, esa tarde “la gente empezó a movilizarse porque la ayuda no estaba organizada”. “Todo el mundo quería ayudar pero no sabían cómo; se respiraba un ambiente triste, era como si todo se hubiera paralizado”, relata.

Así, junto con 4 ó 5 amigos, se organizaron para ir a Picanya, donde residía otro amigo suyo que tenía el garaje inundado. Aquella fue la primera vez (1 de noviembre) que cruzaron el denominado ‘Puente de los voluntarios’, como fue conocido popularmente.

“En Valencia, los pueblos están comunicados por un puente pero fue cruzarlo y era como estar de pronto en un país tercermundista, por todos los destrozos que se veían”, detalla. Sin embargo, tras cruzar el puente, “aún había que caminar entre 30 ó 40 minutos hasta llegar a los pueblos, ya que no había otro modo de llegar”, señala Lola, que lamenta que los supermercados “estaban vacíos y las escobas se vendían a 10 euros”.

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En un primer momento, pararon en Paiporta, la conocida como ‘zona cero’ de la tragedia. “Pero no había nada organizado, nadie decía dónde ir o qué hacer. Fuimos a calles menos transitadas y preguntamos a un matrimonio de unos 60 años a los que ayudamos a limpiar su garaje. Todo estaba a oscuras e hicimos una cadena humana para sacar el barro con las palas, pesaba muchísimo y era muy desesperante sentir que no se avanzaba. Fue muy duro y el hombre no paraba de llorar”, explica.

Después de ayudar a este matrimonio, el grupo comió unos bocadillos y se fueron a Picanya. “Allí estaba todo peor aún porque no había llegado gente, no se podía pasar y el olor era muy desagrable”, relata. Ese día estuvieron ayudando a limpiar todo de barro y volvieron de noche a casa, porque no había electricidad.

“Al día siguiente quisimos volver pero estábamos agotados y nos quedamos recuperando energías”, reconoce, para volver a emprender su marcha el 3 de noviembre e ir a Catarroja. “Pero nos dijeron que ya había gente y no hacía falta ayuda y no se podía pasar. Al final no fuimos y nos enteramos de que sí podíamos haber ido. No entendimos nada”, puntualiza.

Por todo ello, la joven afirma que aquellos días “necesitaba no leer y evadirse”. “En todas partes hacia falta ayuda y la gente compartía ubicaciones para ayudar. Yo siempre fui con mis amigos”, señala Lola, que precisa que esas dos primeras semanas no hubo clases. En su caso, fueron a las zonas afectadas “un día sí y otro no”, porque acababan “agotados y había que descansar”.

El 4 de noviembre, regresó con sus amigos a Picanya y, a su juicio, “ya se notaba el cambio porque estaba todo más despejado dentro de las casas aunque aún quedaba mucho trabajo por hacer”. “Se veía mucha policía pero la gente joven hacía turnos para ir patrullando porque había muchos robos y por la noche se organizaban”, describe la estudiante, que añade que esos días por la carretera ya había voluntarios que repartían material, sobre todo guantes y equipos para protegerse.

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Aquel día, llegaron a la casa de su amigo y, de camino, atravesaron zonas “donde no llegaban ayuda y no había casi voluntarios”. “Aquella vez fue la que peor lo pasé porque fuimos a ayudar a un garaje que estaba todo a oscuras, sin ventilación, con el barro que llegaba a los rodillas, te mareabas, había que hacer turnos para poder trabajar”, recuerda.

“HABÍA MUCHA DESORGANIZACIÓN”

Por aquellos días, asegura que todos empezaron “a ser más conscientes de lo que estaba pasando pero aún había mucha desorganización: llegaban muchos alimentos pero se acababa tirando comida”. Desde la Universidad, organizaron varias viajes en autobús para facilitar la llegada de los voluntarios a las zonas afectadas.

Finalmente, la semana del 11 de noviembre se retomaron las clases, en modalidad online, y dos semanas después, ya presenciales. En el caso de los estudiantes afectados, Lola afirma que fueron “online todo el tiempo”. A día de hoy, ya han recuperado la normalidad. “Pero era necesario desconectar para volver a empezar”, concluye.

El testimonio de Lola Bolinches forma parte de una serie de perfiles recogidos por Europa Press con motivo de la celebración del Día de la Mujer Trabajadora, el próximo 8 de marzo, y que este año se centrará en diversas mujeres que han sufrido la dana que afectó principalmente a Valencia el pasado 29 de octubre.


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