La mano tendida de Von der Leyen a Meloni y la expulsión de AfD del grupo de Le Pen y Salvini marcan la campaña
MADRID, 25 (EUROPA PRESS)
Las elecciones europeas están llamadas a ser el gran salto adelante para las formaciones ultraderechistas en la Unión Europea, con previsibles victorias en potencias como Francia e Italia, pero la etiqueta general esconde diferencias entre distintos partidos que se plasman también a la hora de conformar las familias dentro de la Eurocámara, con alianzas que han saltado por los aires en plena campaña.
A día de hoy, los grupos ultraderechistas están repartidos en dos grandes grupos dentro del Parlamento Europeo, con marcadas diferencias en cuestiones clave como la invasión rusa sobre Ucrania y otras discrepancias menos visibles en temas de derechos sociales o economía. Conservadores y Reformistas (ECR), la familia liderada en su día por los ‘tories’ británicos a la que pertenece Vox, tiene como principal bandera a los Hermanos de Italia de Giorgia Meloni.
De él forma parte también el Partido Democrático Cívico del primer ministro checo, Petr Fiala, y el polaco Ley y Justicia (PiS), que en 2023 se vio obligado a dejar el poder en favor del europeísta Donald Tusk. Les acompañan, entre otros, las principales formaciones ultraderechistas de Suecia y Finlandia o los nacionalistas flamencos de la N-VA, apoyo clave de Carles Puigdemont en Bélgica.
A Conservadores y Reformistas quiere adscribirse también el movimiento Reconquista lanzado por el francés Éric Zemmour, mientras que Agrupación Nacional, la formación de la que forma parte la excandidata presidencial gala Marine Le Pen y favorita en Francia, se integra en Identidad y Democracia (ID).
A esta segunda familia pertenecen la Liga de Matteo Salvini o el Partido por la Libertad del neerlandés Geert Wilders, que encara estos comicios con el aval de la victoria en las últimas elecciones generales en Países Bajos y con un acuerdo de Gobierno bajo el brazo. Aspira a entrar, además, el portugués Chega.
Sin embargo, este grupo se ha visto sacudido por la reciente ruptura con Alternativa para Alemania (AfD), expulsada de manera abrupta después de que su cabeza de lista, Maximilian Krah, opinara que no se puede considerar “automáticamente” que todos en las SS de la Alemania nazi eran criminales.
Está por ver hasta qué punto se mantendrán estos desencuentros después de la votación, como apunta el investigador del CIDOB Héctor Sánchez Margalef en declaraciones a Europa Press. “Una cosa es lo que se dice en campaña y otra lo que suceda cuando se reconfigure el Parlamento Europeo”, explica, incidiendo en que formar parte de un gran grupo es clave para recibir fondos y tener voz.
En este sentido, señala que líderes como Le Pen se sienten obligados de alguna manera a “alejarse” de declaraciones como la de Krah, especialmente en el caso de la dirigente francesa, que quiere “presentarse como presidenciable” y no perder opciones electorales a nivel interno.
EL FACTOR ORBÁN
Una de las grandes incógnitas sigue siendo Fidesz, el partido de Viktor Orbán, que tras romper con el Partido Popular Europeo (PPE) al albor de su deriva populista se ha esforzado en estos años por negociar un nuevo ámbito político ultraconservador que pueda servir de contrapeso a la derecha clásica.
Las desventajas de no adscribirse a ningún grupo le obligarán en principio a buscar acomodo tras el 9 de junio, y las apuestas le sitúan en las filas de ECR. Es “lo que tiene sentido”, según Sánchez Margalef, que descarta una reconciliación de Orbán con un PPE al que no ha dudado en criticar por alejarse supuestamente de valores conservadores.
En contra de Orbán juega que no ha terminado de romper lazos con el presidente ruso, Vladimir Putin, lo que teóricamente le aleja de las posiciones de los grupos del ECR que sí se han mostrado más afines a las tesis de Kiev y fomentado el envío de armas a las fuerzas ucranianas.
EL DÍA DESPUÉS
Históricamente, las grandes negociaciones postelectorales en la Unión Europea las han liderado los bloques popular, socialdemócrata y –en menor medida– liberal, pero el creciente peso de la ultraderecha ha asomado ciertas grietas que derivan de la ruptura de tabúes en el ámbito nacional de parte de los Veintisiete.
En una nota común, desde los liberales hasta La Izquierda, pasando por los socialdemócratas, pidieron el 8 de mayo mantener el cordón sanitario a la ultraderecha, en aras de defender valores como “el pluralismo, la no discriminación, la tolerancia, la justicia, la solidaridad y la igualdad entre hombres y mujeres”.
“Nunca cooperaremos para formar una coalición con la extrema derecha y con partidos radicales”, sentenciaron, en un mensaje dirigido a otros “partidos democráticos europeos” y que ponía el foco sobre la presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen, aspirante a la reelección como candidata del PPE.
Von der Leyen se ha mostrado menos tajante en los debates entre los candidatos a encabezar el Ejecutivo comunitario y ha marcado como línea roja no negociar con “los amigos de Putin”, sin señalar directamente a ningún bloque pero con una mano tendida hacia Meloni, ya que, según sus propias palabras, ambas trabajan “muy bien” juntas.
El investigador del CIDOB considera que el “blanqueamiento” de los partidos de ECR no es nuevo, ya que ha avanzado “en la misma medida en que el cordón sanitario se ha ido resquebrajando” dentro de los Estados miembro. De hecho, el líder del PPE, Manfred Weber, ya había abogado por trabajar con Meloni tras los comicios italianos de 2022.
Von der Leyen “se resistió” entonces, pero Sánchez Margalef da por hecho que si aspira a un segundo mandato necesitará “cortejar” a la líder de Hermanos de Italia, porque “su peso cuenta”. De hecho, la futura Comisión tendrá previsiblemente entre sus gabinetes a varios miembros procedentes de la familia ECR, entre los que figuraría el comisario italiano.
El manifiesto contra la ultraderecha se ha vuelto también indirectamente en contra de los liberales, obligados a explicar ahora cómo uno de sus miembros, el VVD de Mark Rutte, es un sostén clave para el nuevo Gobierno de Países Bajos, comandado por el Partido de la Libertad de Wilders.
EL CAMBIO DE PARADIGMA
Lo cierto es que el muro que separa a partidos históricamente apartados de otros con posiciones más centristas no es tan alto como lo era en 1999, cuando la entrada del Partido de la Libertad en el Gobierno de Austria llevó a la suspensión de los contactos bilaterales entre Bruselas y Viena.
En Francia y en Alemania, sí se ha mantenido el cordón sanitario, mientras que en España los acuerdos entre PP y Vox se han generalizado en el ámbito autonómico y local. A nivel nacional, la ultraderecha forma parte del Gobierno de Finlandia y es líder de la coalición en Italia, donde Forza Italia –miembro del PPE– es un socio menor de Meloni.
Sí parece claro que la ‘gran coalición’ entre populares y socialdemócratas perderá fuerza. Según un estudio del Consejo Europeo sobre Relaciones Exteriores (ECFR), pasará el 45 al 42 por ciento dentro de la Eurocámara, ampliable al 54 por ciento si se incluye a liberales –seis puntos menos que en la legislatura saliente–.
Según este pronóstico, elaborado a partir de encuestas publicadas a nivel nacional y previo a posibles reconfiguraciones, los partidos populistas antieuropeos serán primera fuerza en nueve países (Austria, Bélgica, República Checa, Francia, Hungría, Italia, Países Bajos, Polonia y Eslovaquia) y quedarán segundos o terceros en otros nueve (Bulgaria, Estonia, Finlandia, Alemania, Letonia, Portugal, Rumanía, España y Suecia).
ID aspira a convertirse en el tercer grupo con más eurodiputados si logra pasar de los 40 escaños actuales a los 98 que le otorga el citado ‘think-tank’, mientras que ECR también sube, hasta los 85, con una potencial ganancia de 18 representantes.
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