MADRID, 23 (SERVIMEDIA)
Científicos del Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal), centro impulsado por la Fundación ‘la Caixa’, comprobaron que la exposición a los contaminantes atmosféricos en el vientre materno y durante los primeros ocho años y medio de vida altera la conectividad estructural del cerebro en la preadolescencia.
Según informó ISGlobal este viernes, los mayores cambios se dan cuanto mayor es la contaminación recibida en los cinco primeros años. Este trabajo acaba de ser publicado en la revista ‘Environmental Pollution’.
La conectividad estructural es la existencia de fascículos o tractos de sustancia blanca que conectan diferentes regiones del cerebro. Se mide estudiando la microestructura de la sustancia blanca y constituye un marcador del desarrollo típico del cerebro. Una microestructura de la sustancia blanca anormal se ha relacionado con trastornos psiquiátricos como por ejemplo, síntomas depresivos, ansiedad o trastornos del espectro autista.
Además de la asociación entre contaminación del aire y conectividad estructural del cerebro, el estudio también ha encontrado un vínculo entre la exposición específica a las partículas PM2,5 y el volumen de una estructura del cerebro conocida como putamen, implicada en la función motora y los procesos de aprendizaje, entre otras muchas funciones.
PRIMEROS AÑOS DE VIDA
Al tratarse de una estructura subcortical, su implicación es bastante amplia y menos especializada que las regiones corticales. El estudio ha observado que cuanto mayor es la exposición a las PM2,5, sobre todo en los primeros dos años de vida, mayor es el volumen del putamen.
La investigadora de ISGlobal y primera autora del estudio, Anne-Claire Binter, explicó que “un putamen mayor se ha asociado con algunos trastornos psiquiátricos como esquizofrenia, trastornos del espectro autista y trastornos del espectro obsesivo-compulsivo”.
Este estudio se llevó a cabo con 3.515 niños y niñas del Generation R Study de Rotterdam (Países Bajos). Para conocer a qué contaminación atmosférica habían estado expuestos, se estimaron los niveles diarios de dióxido de nitrógeno (NO2) y de materia particulada (PM2,5 y absorbancia de PM2,5) registrados allá donde habían vivido desde su concepción hasta los 8,5 años. Cuando tuvieron entre 9 y 12 años, se les tomaron imágenes cerebrales mediante resonancia magnética y se calcularon varios volúmenes cerebrales y la conectividad estructural.
INFANCIA
Los niveles de NO2 y PM2,5 registrados en el estudio superaban las actuales recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud (10 µg/m3 y 5 µg/m3, respectivamente), pero cumplían con la normativa de la Unión Europea, lo que sugiere que la contaminación atmosférica puede afectar al desarrollo del cerebro a niveles inferiores a las normas actuales de calidad del aire.
“Una de las grandes conclusiones del estudio”, señaló Binter, “es que el cerebro es especialmente vulnerable a la contaminación atmosférica no solo durante el embarazo, como se ha señalado en estudios anteriores, sino también durante la infancia”.
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