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La caza redujo en un 99% la población de ballenas jorobadas en el Pacífico norte oriental durante el siglo XX

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MADRID, 22 (SERVIMEDIA)

El 99% de la población reproductora de ballenas jorobadas en el Pacífico norte oriental quedó diezmada por la caza en el siglo XX, un 29% más de lo que se pensaba anteriormente.

Así lo asegura un equipo de 15 investigadores pertenecientes a instituciones de Chile, Estados Unidos y México, en un estudio publicado en la revista ‘Nature Communications’.

No obstante, los autores señalan como buena noticia que los genes de los individuos de esa especie en peligro de extinción todavía son lo suficientemente diversos como para que las actuales medidas de conservación sean suficientes en ayudar a que la población de ballenas jorobadas en esa zona del planeta se recupere sin volverse endogámica.

Este trabajo es de los primeros en utilizar la información completa del genoma para obtener una imagen del tamaño y la diversidad genética de la población actual de ballenas jorobadas. Estudios anteriores tuvieron que basarse en registros de caza de ballenas o en el ADN mitocondrial, que se hereda solo de la madre y proporciona información genética limitada.

En el siglo XIX, la caza de ballenas diezmó la mayoría de las especies de ballenas en todo el mundo, pero dejó a las más grandes (la ballena azul y la ballena de aleta) en gran medida intactas.

Eso cambió con la llegada de la caza industrial de ballenas en el siglo XX. A mediados de esa centuria, cerca de un millón de ballenas jorobadas habían sido sacrificadas en todo el mundo, al menos 75.000 de ellas en el Pacífico nororiental.

“Cuando miras los registros de caza de ballenas, solo puedes decir cuántas murieron. Para empezar, no se puede saber cuántas había”, apunta Meixi Lin, doctoranda en la Universidad de California en los Ángeles durante el estudio y ahora becaria postdoctoral de la Institución Carnegie para la Ciencia en la Universidad Stanford (Estados Unidos), quien añade: “Sabemos que la caza de ballenas en el siglo XX fue grave, pero no sabíamos qué tan grave fue para las ballenas jorobadas”.

MUESTRAS DE TEJIDO

Para averiguarlo, Sergio Nigenda-Morales, de la Universidad Estatal de California San Marcos (Estados Unidos) extrajo ADN de muestras de tejido tomadas de ballenas jorobadas silvestres en el Pacífico norte oriental y el golfo de California.

Completó esto con ADN proporcionado por colegas de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA, por sus siglas en inglés). En total se estudiaron 50 ballenas. Se incluyeron ballenas jorobadas del golfo de California porque la población allí no había sido perturbada por la caza, lo que permitió a los investigadores evaluar su diversidad genética y aprender cómo se relacionaban con la población del Pacífico norte oriental.

“Obtener muestras de ballenas vivas es difícil porque no sabes dónde van a estar y cuando emergen solo tienes un momento para tomar la muestra antes de que vuelvan a sumergirse”, apunta Nigenda-Morales, que subraya: “Es una experiencia humillante realizar investigaciones de campo e interactuar con el segundo animal más grande del planeta”.

Los análisis del genoma revelaron que la población del golfo de California divergió hace unos 16.000 años, con una población que rondaba los 114 adultos en edad reproductiva. La población de adultos reproductores es un indicador clave de la capacidad de una especie para mantenerse a sí misma.

La población efectiva del Pacífico nororiental se mantuvo en alrededor de 24.000 individuos durante miles de años, hasta que se produjo una grave disminución hace entre 26 y 52 años (periodo que coincide con la caza de ballenas en el siglo XX) a solo unos 305 individuos.

Estudios ecológicos anteriores habían sugerido una reducción del 70% en las poblaciones de ballenas jorobadas, mientras que trabajos genéticos previos estimaron una población mucho mayor antes de la caza de ballenas.

“Por lo general, es difícil detectar reducciones recientes tan fuertes en el genoma. Pero en este caso, las ballenas jorobadas eran realmente abundantes antes, lo que hizo que la reducción repentina fuera muy obvia en nuestros datos. Si la reducción no hubiera sido tan fuerte, no hubiéramos podido detectarla”, precisa Nigenda-Morales.


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