MADRID, 13 (EUROPA PRESS)
Un grupo de investigadores del Instituto de Psiquiatría, Psicología y Neurociencia (IoPPN) del King’s College de Londres (Reino Unido) ha descubierto que los altos niveles de trastornos alimenticios en las personas jóvenes se relacionan con las diferencias de desarrollo cerebral.
“Nuestros hallazgos revelan cómo la maduración cerebral tardía durante la adolescencia vincula la genética, los problemas de salud mental y los comportamientos alimentarios desordenados en la adultez joven, enfatizando el papel crítico del desarrollo cerebral en la formación de los hábitos alimentarios”, ha afirmado Xinyang Yu, estudiante de doctorado en King’s IoPPN y primer autor del estudio.
El ensayo, publicado en la revista ‘Natura Mental Health’, muestra cómo el proceso de maduración cerebral, en el que el volumen y grosor de la corteza cerebral disminuyen durante la adolescencia, un factor que resulta determinante en si los adolescentes desarrollan conductas alimentarias restrictivas o emcionales descontroladas en la edad adulta temprana.
Los científicos han analizado los datos de 996 adolescentes en Inglaterra, Irlanda, Francia y Alemania, que acabaron siendo clasificados en comedores saludables (42 por ciento), comedores restrictivos (33 por ciento) y comedores emocionales o descontrolados (25 por ciento). Las conductas restrictivas, como las dietas, implican la limitación deliberada de la ingesta de alimentos para controlar el peso y la forma corporales. Las conductas alimentarias emocionales o descontroladas, como los atracones, se caracterizan por episodios de consumo de alimentos en respuesta a emociones negativas o impulsos compulsivos.
Una vez clasificados, descubrieron que los jóvenes con conductas alimentarias poco saludables tenían a los 23 años niveles más altos de problemas internalizantes (ansiedad o depresión) y externalizantes (hiperactividad, falta de atención o problemas de conducta) a los 14 años, en comparación con los que comen de forma saludable.
Además, los problemas internalizantes aumentaron significativamente con la edad entre los 14 y los 23 años entre los que comen de forma poco saludable y, aunque los problemas externalizantes disminuyeron con la edad en todos los grupos, los niveles generales fueron más altos entre aquellos con una alimentación emocional o incontrolada.
Aquellos que comen de forma restrictiva hicieron más dieta durante la adolescencia en comparación con los que comen de forma saludable; y los que comen de forma emocional o incontrolada aumentaron su dieta entre los 14 y los 16 años, y los atracones entre los 14 y los 19 años, en comparación con los que comen de forma saludable.
Tras un análisis de los datos de imágenes por resonancia magnética, los investigadores han llegado a la conclusión de que la maduración cerebral se retrasa y es menos pronunciada en los que no tenían una alimentación saludable, estableciéndose un vínculo entre los problemas de salud mental a los 14 años y el desarrollo de conductas alimentarias poco saludables a los 23 años.
La maduración cerebral reducida también ha ayudado a explicar cómo el riesgo genético de un Índice de Masa Corporal (IMC) alto influye en las conductas alimentarias poco saludables a los 23 años. Específicamente, la maduración reducida del cerebelo (una región del cerebro que controla el apetito) ayudó a explicar el vínculo entre el riesgo genético de un IMC alto y las conductas alimentarias restrictivas a los 23 años.
“Al demostrar que diferentes comportamientos alimentarios poco saludables están vinculados a trayectorias diferenciales de síntomas de salud mental y desarrollo cerebral, nuestros hallazgos pueden informar el diseño de intervenciones más personalizadas”, ha afirmado el doctor Zuo Zhang, investigador en King’s IoPPN y coautor del estudio.
Por su parte, el profesor de psiquiatría biológica en King’s IoPPN y autor principal del estudio, Sylvane Desrivières, ha expresado que estos hallazgos resaltan los beneficios potenciales de una mejor educación dirigida a abordar los hábitos alimenticios poco saludables, así como enfocada a proporcionar estrategias de afrontamiento desadaptativas.
“Esto podría desempeñar un papel crucial en la prevención de los trastornos alimentarios y el apoyo a la salud cerebral en general”, ha añadido Desrivières.
Cabe destacar que esta investigación ha recibido financiación de la Fundación de Investigación Médica, el Consejo de Investigación Médica y el Centro de Investigación Biomédica Maudsley del Instituto Nacional de Investigación en Salud y Asistencia (NIHR).
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