MADRID, 12 (EUROPA PRESS)
El Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) ha recopilado los 31 megatsunamis documentados hasta la actualidad en un nuevo título de su colección ‘¿Qué sabemos de?’ que publica la editorial CSIC-Catarata.
La publicación describe sus causas y la forma de identificarlos, así como los más relevantes, como el prehistórico que tuvo lugar en las Islas Canarias. Además, este volumen, el número 147, está firmado por la investigadora del CSIC en el Instituto Geológico y Minero de España (IGME), Mercedes Ferrer.
El CSIC explica que un megatsunami es un tsunami de alcance local con olas de alturas inusuales de al menos 40 metros, el cual se origina por un gran y repentino desplazamiento de material que penetra en el mar o en un lago.
Asimismo, Ferrer ha destacado que el término no guarda relación con de la devastación que produce. “No hay relación entre la altura que las olas alcanzan en la costa y la magnitud o extensión de un tsunami. Los grandes terremotos submarinos pueden generar tsunamis transoceánicos que, con olas moderadas de unos pocos metros, pueden viajar miles de kilómetros y arrasar zonas enormes”, ha precisado.
De este modo, estos procesos geológicos pueden ser causados por grandes desprendimientos rocosos, deslizamientos subaéreos o submarinos, erupciones volcánicas explosivas o por la caída de asteroides de gran tamaño al océano.
Según la investigadora, todos son eventos muy raros, por ello hay tan solo 31 casos conocidos. Asimismo, de los cuatro motivos que desencadenan un megatsunami, los deslizamientos y desprendimientos son los más comunes.
En este nuevo volumen, también hay un ranking de los megatsunamis, ya que algunos “resaltan” por sus particularidades. De este modo, destaca el del río Grijalva en Chiapas (México) en 2007, el único ocurrido en un cauce fluvial en el que un deslizamiento de 55 millones de metros cúbicos de rocas y tierra que obstruyeron el cauce del río y originaron una ola de más de 50 metros de altura que arrasó la población de Juan Grijalva.
“El pueblo literalmente desapareció bajo el azote de las olas. El río subió más de 30 metros en unos días y más de un millón de hectáreas quedaron inundadas” ha descrito Ferrer. Asimismo, aunque parte de la población huyó a las zonas altas al escuchar el ruido del deslizamiento,unas 30 personas perdieron la vida en la catástrofe.
Por otro lado, otra de las cuestiones que plantea el libro es la capacidad del ser humano en ocasionar un megatsunami, como ocurrió en el embalse de Vaiont (Alpes italianos) cuando una masa rocosa de 270 millones de metros cúbicos de la ladera del monte Toc se precipitó sobre el embalse. Ello ocurrió debido a que se conocían los problemas de estabilidad de la ladera pero no se tomaron medidas con antelación.
UN FENÓMENO CADA VEZ MÁS FRECUENTE
Asimismo, la investigadora del IGME ha alertado sobre el aumento en la frecuencia de megatsunamis causados por avalanchas o deslizamientos en este siglo. “Entre 2014 y 2020 se registraron cuatro, algo muy por encima de lo esperable según los datos disponibles para el siglo XX” ha precisado.
“Por un lado podemos pensar que esto se debe a los escasos registros en las fuentes de datos existentes en siglos anteriores, pero quizás la evolución de las condiciones climáticas influya en la generación de megatsunamis en zonas heladas, donde la retirada de las masas de hielo en escarpados y estrechos fiordos como los de Alaska, la presencia de materiales alterados y la frecuencia de fuertes sismos puede condicionar la aparición de grandes desprendimientos rocosos”, ha explicado Ferrer.
No obstante, la posible relación entre la aparición de megatsunamis en fiordos de zonas frías y los cambios eventuales en las condiciones climáticas aún no está científicamente demostrada, aunque es muy probable que en pocos años se dispongan de datos para indagar en esta cuestión.
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