Shaath, desposeído de su nacionalidad egipcia, paso más de 900 días en una celda de 23 metros cuadros con hasta 30 personas
MADRID, 4 (EUROPA PRESS)
El conocido activista egipcio-palestino Ramy Shaath ha criticado y lamentado que la comunidad internacional conceda el “honor” a Egipto de albergar la próxima Conferencia Climática de Naciones Unidas (COP27) mientas a las ONG medioambientales locales no se les ha permitido asistir y s sus defensores se les encarcela.
“Nos entristece que se le dé a un régimen así este honor. Es increíble en un país donde a su propia gente no se le permite hablar sobre su futuro, en un momento en el que nuestros activistas climáticos están en la cárcel y las ONG egipcias de Derechos Humanos o ambientales no pueden asistir”, ha recalcado.
Shaath ha contado para Europa Press que espera que la comunidad internacional escuche a la opinión pública y aproveche su paso por esta cumbre para exigir al presidente, Abdelfatá al Sisi, el respeto de los Derechos Humanos y la liberación de los presos políticos, que cifra en unos 60.000.
“El resto del mundo está pidiendo que planteen el tema de los detenidos, que planteen el tema de los Derechos Humanos, que insistan en ello y priven a este régimen del espectáculo y el lavado verde que supone esta cumbre”, ha dicho.
La ciudad egipcia de Sharm el Sheij albergará desde 6 al 18 de noviembre la próxima cumbre climática, en medio de las críticas de las organizaciones de Derechos Humanos por las constantes violaciones y persecuciones que se llevan a cabo con total impunidad desde que en 2013 Al Sisi dio un golpe de Estado al gobierno electo de Mohamed Morsi.
EGIPTO, LA “REPÚBLICA DEL MIEDO”
“En Egipto, desde el golpe de Estado, desde que los militares tomaron el poder en 2013, se ha convertido en una república del miedo”, cuenta Shaath, quien en enero de este año fue liberado tras pasar casi 900 días en prisión.
Shaath, arrestado en Egipto en junio de 2019 y encerrado en prisión preventiva junto con otros activistas por acusaciones de ayudar a un grupo terrorista, cuenta que estuvo dos años sin que le imputaran ningún cargo.
“No se permite la opinión, ni la libertad de expresión. No se permiten las manifestaciones, ni trabajar a los partidos. Cuando la gente participa en un evento de un partido, les arrestan. Existe una vigilancia masiva donde los policías en las calles te revisan los teléfonos en busca de una broma o comentario”, denuncia.
“Todo esto es suficiente para que sean arrestados”, recalca Shaath para Europa Press durante un acto de protesta celebrado este jueves en Madrid frente a la Embajada de Egipto. “Hay 60.000 presos políticos egipcios pudriéndose hoy en el infierno con absoluto desacato a la ley”, enfatiza.
“Existe una completa confiscación de los medios de comunicación, todos son propiedad del Ejército y los que no están perseguidos”, así como un “total desprecio por la humanidad”, cuenta el activista, citando “persecuciones” y “masacres” cometidas por la Policía en las calles de El Cairo.
“Esto sigue ocurriendo y sigue creciendo. En los siete años de este régimen se duplicó la cantidad de prisiones en Egipto con tres veces la capacidad. Ese es su principal logro”, ha denunciado Shaath, quien también lidera una organización contra la ocupación israelí de Palestina.
SU PASO POR PRISIÓN
Shaath cuenta que a su paso por la cárcel fue llevado en varias ocasiones a “una desaparición forzada”, la última al poco de ser liberado, gracias al trabajo incansable de esposa, Céline Lebrun-Shaath, y las ONG de Derechos Humanos. “Me obligaron a elegir entre mi nacionalidad mi libertad para poder salir de prisión. No renuncie a ninguna”, cuenta el activista.
“Desaparición significa un lugar en el que no es un centro oficial de detención, donde tu familia, tus abogados no saben dónde estás. Donde se niegan a decir que te tienen. Me vendaron los ojos, me esposaron y me ataron a una pared durante unos días. Y luego pasé dos años y medio en una celda de 23 metros cuadrados”, recuerda.
Shaath relata que aquella celda era “una pequeña sala de estar”, que en el mejor de los casos compartía con otros 18 presos, aunque en ocasiones llegaban a ser más de 30. “A veces no teníamos un lugar ni siquiera para dormir”.
Un lugar “destartalado” que además compartían con insectos, ratas, serpientes, y alimañas todo tipo. “El baño de un metro por 75 centímetros tenía un agujero y un chorro de agua fría encima, no había atención médica, sí muchas miserias y se cometían torturas en el cuerpo y en el alma”, dice.
“He visto morir a mucha gente por falta de medicamentos o por negligencia o por torturas, ha sido una época muy mala. Pero nunca olvidaré los rostros de las personas que conocí, y nunca descansaré hasta que estén fuera”, confía Shaath.
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