MADRID, 16 (SERVIMEDIA)
Unos 1.600 niños y adolescentes, de 30 países, que hablan 10 lenguas y profesan 9 religiones, han pasado por las actividades de Braval, una iniciativa de promoción humana y social del Opus Dei que celebra 25 años trabajando por los colectivos vulnerables en el barrio del Raval de Barcelona.
Lo hace a través del deporte colectivo, con seis equipos de fútbol y seis de baloncesto, donde impulsa una relación de personas en las que los jóvenes se van entendiendo, se comprenden y respetan cada día más. Según sus impulsores, esa convivencia fundamenta la tolerancia y cohesión social del futuro a la vez que se fomentan oportunidades para prosperar en la sociedad a través de la educación. Braval considera que la formación es crucial para vencer la pobreza, la marginación y la exclusión y fomentar los valores del esfuerzo y la ayuda mutua.
Actualmente, según datos de Braval, 250 menores participan en las actividades, el absentismo y el abandono escolar son nulos y la propuesta tiene un 90% de éxito escolar en la ESO.
La propuesta del Opus se basa en la colaboración de 160 voluntarios de diversos perfiles (estudiantes universitarios y de Formación Profesional, pero también profesionales y jubilados), que dedican unas 15.000 horas anuales a ayudar a los demás. En un cuarto de siglo Braval ha contado con la ayuda de más de un millar de voluntarios y los propios benefactores de las actividades se han convertido en voluntarios cuando han cumplido los 18 años.
Otra iniciativa de Braval son las ‘Conversaciones sobre Inmigración’ que viene celebrando desde 2005, y que ha reunido desde 2005 a 660 expertos de diversos ámbitos para presentar propuestas para la inmigración. Todo ello se recoge en el libro ‘Claves de éxito para el ascensor social’.
“Me interesaba el fútbol porque lo jugaba en el patio del colegio y veía partidos del Mundial de España. Le dije a Eric: ‘Oye, ¿me puedo unir a tu equipo? Y, nada, me llevo a Braval y de ahí conocí que no sólo era para deportes, sino también para estudiar, lo cual me ayudó mucho a lo largo de todo toda mi vida. Ahora estoy estudiando, con buenas notas, y quiero hacer un máster de inversiones”, explicó a Servimedia Marc Andrei Gaba, un universitario que se benefició de la labor de Braval y ahora es voluntario en la organización.
EL AFECTO ROMPE BARRERAS
Frente a los clichés, “es el afecto el que rompe las barreras”, argumentó el presidente de Braval, Josep Masabeu, que cuenta el proyecto en el marco de su 25 aniversario.
“Un día un día viene un chaval a la sede, de 11 o 12 años y pregunta ‘¿está el Juan?’ ‘El Juan tiene un examen en la universidad’, digo. ‘¿Qué pasa?’ ‘Es que tengo que hacer unos problemas de mates’, y le respondo que yo sé mucho de mates. Llamé a Juan y le dije al chaval que volviese al día siguiente por la tarde a las 6. Llegó y estuvieron hablando. Ni abrieron el libro de matemáticas”, relató a Servimedia Masabeu, en referencia a uno de los muchos ejemplos que atan lazos entre las 50.000 personas “en un kilómetro cuadrado” que viven en el Raval.
En sus calles conviven personas de “todas las creencias”, aunque en el proyecto del Opus no esconden su identidad cristiana y un sacerdote de una parroquia cercana acude asiduamente. “Los chavales hablan mucho de religión entre sí. Y es muy interesante. Cada día es la fiesta de una religión, y todo funciona en que ‘tú vengas a mi fiesta y yo iré a tu fiesta'”.
“Este es africano y yo soy asiático; o este que es católico y este un musulmán, o viceversa… Como la convivencia es muy bestia, es muy intensa, ocurre que dicen ‘los negros son muy raros, pero no los tíos negros que están con nosotros en nuestro equipo, son muy majos’. Hay una red social”, remarcó.
“A mí me ha marcado mucho en la vida estudiantil, no me había dado cuenta hasta que llegué a la universidad, pero Braval me ha hecho más disciplinado a la hora de estudiar y el deporte te hace ser competitivo”, reconoció Marc, joven que considera que su mentor es su “amigo” a pesar de que tiene varias décadas de edad más.
Recuerda con cariño cuando era jugador en uno de los equipos y su mentor le decía que no podía jugar un partido si había suspendido algún examen. “Si había suspendido tenía que recuperar seis u ocho horas de estudio durante la semana para poder jugar el partido el fin de semana. Yo no estaba de acuerdo con eso, pero luego me di cuenta de que me hizo ser muy constante para no suspender y encima sacarme buenas notas”, explicó el estudiante.
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