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Atención Domiciliaria: “un rayo de luz” para la educación de 1.500 niños a través de un servicio que demanda mejoras

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VALLADOLID, xx (EUROPA PRESS)

La Consejería de Educación ha llevado a unos 1.500 niños de la Comunidad la docencia a hogares y centros hospitalarios a través de un servicio que supone “un rayo de luz” para aquellos que por enfermedad no pueden acudir al centro escolar y que urge “mejoras” en su prestación.

“Estaba deseando venir al aula del hospital porque, a parte de poder continuar con mi clase y no perder curso, era una forma de distracción, de evasión, porque al final estaba encerrada en la habitación con mi acompañante todo el día y cuando iba era como un rayito de luz”, recuerda Irene Gómez Cortijo, una de las usuarias del aula hospitalaria del Río Hortega durante seis años.

El servicio, que presta docencia a aquellos alumnos que por enfermedad tienen que ausentarse durante largos periodos del aula, fue asumido plenamente por la Consejería en el curso 2011-2012, si bien desde 1996 la Junta subvencionaba a entidades privadas sin ánimo de lucro para su prestación, explica la Junta a Europa Press.

Desde 2009, el departamento que dirige Rocío Lucas ha prestado servicio a más de 1.500 alumnos en todo Castilla y León. Un total de 184 alumnos lo hizo el pasado curso. Trece lo solicitó a través de la Dirección Provincial de Ávila, 20 en la de Burgos, 34 en la de León, 25 en Salamanca, 15 en Segovia, trece en Soria, 51 en Valladolid y ocho en Zamora.

En cuanto al profesorado asignado, desde la Consejería matizan que se trata de un servicio “flexible” por lo que “va en función de los casos que van surgiendo en cada provincia”. “Solo en los últimos tres cursos (desde 19-20 incluido) 80 docentes han prestado este servicio. A todo el alumnado que necesita atención educativa domiciliaria se le presta, ya que se va ampliando la dotación de profesorado en función de las necesidades, contratando nuevos docentes que presten la debida atención”, explican.

Una atención que supone una “enorme carga emocional” para el profesor que tiene al alumno en “el centro” de la docencia. “Hay que adaptar las clases a su situación personal, que puede variar día a día”, señala la leonesa Lucía Velado, profesora de inglés de Atención Domiciliaria. “Lo primero es su salud y hay que amoldarse a ellos”, insiste para reconocer que se enfrenta a situaciones “duras”. “Es un uno-uno. No tienes más alumnos y al final si su estado de salud empeora te acaba doliendo a tí porque empatizas muchos con ellos”, reconoce.

Algo que comparte Noelia Sáez, profesora con plaza fija para este tipo de servicio en Ávila y que ha desempeñado los últimos ocho años. “El cuadro médico de cada uno de los alumnos es diferente”, argumenta para explicar que no es lo mismo dar clase a un niño “oncológico” que a otro con un “traumatismo en una pierna o un brazo”. En este punto, reconoce que lo peor a lo que se enfrentan es cuando “la evolución de la enfermedad del alumno no es buena o cuando fallece”, si bien también resulta “gratificante” cuando la evolución es “en positivo”. “Eso es maravilloso”, añade.

Para Olga Fernández, una de las ‘decanas’ de otra de las ‘patas’ que tiene este servicio y que se presta en el propio hospital, en este caso en el Río Hortega de Valladolid, aunque la docencia ha “evolucionado muchísimo” desde que comenzó a ejercer, hace ya 35 años –28 de ellos en el centro hospitalario–, siempre será “diferente” a la que se imparte en un colegio. “Un niño enfermo tiene características diferentes, pero a la vez existe una unión entre ellos, hay menos diferencias que en un colegio normal, porque aquí tienen algo en común, una enfermedad. Y eso les une”, apostilla.

A la hora de preparar las clases, Fernández explica que el horario es, como en el colegio, continuo, de 10 a 15 horas. “Todo va en función de su estado. Antes de las clases hablo con los médicos y enfermeras para saber quién puede venir al aula y quién no. Aquí vienen alumnos de 3 a 16 años. Explico lo que van a hacer y a partir de ahí dedicamos un tiempo para la realización de trabajo escolar y a proyectos propios de cada aula”, añade la profesora del aula del Río Hortega, que precisa que, aunque se ha llegado a juntar con “25 alumnos”, ahora, “por fortuna”, el número y las estancias medias en el hospital se han reducido.

En cuanto a la atención domiciliaria, la dinámica es muy similar con alumnos en diferentes situaciones y edades escolares. “Yo me muevo por toda la provincia, el horario me viene dado de la Dirección Provincial”, matiza Noelia Sáez, para la que el apoyo “familiar” es “muy importante”. “El número de horas que impartimos es muy reducido porque suelen ser de unas tres horas en Primaria y seis en Secundaria, cuando el colegio presta 25 semanales. El agravio comparativo es horrible y tenemos que sacar adelante el curso en ese tiempo y dando todas las asignaturas, por lo que la implicación de la familia es fundamental”, añade.

Unas familias que reciben con los brazos abiertos un servicio que, “en principio” les es desconocido. Así lo relata José Manuel Jiménez Veiga, padre de Andrea, una alumna a la que detectaron un tumor cerebral y que, gracias a su “increíble fuerza de voluntad” y a la Atención Domiciliaria ha sido capaz de no perder curso pese a diferentes intervenciones y tratamientos y estudiar ahora enfermería.

“No lo conocíamos, nos informó el jefe de estudios, lo solicitamos a través de la Dirección Provincial y tardaron en concedérnoslo un par de meses”, recuerda. “Al principio teníamos mucho miedo por la enfermedad de mi hija, pero luego ves que los profesores están muy comprometido y tienen una muy buena empatía con el alumno”, resume.

Esa dupla que forman el alumno y el profesor, “el compromiso” que adquieren, les convierte en “un todo que funciona”. “Es verdad que no es lo mismo que una clase presencial y que las horas son escasas y tenemos que ayudar en casa, pero al final merece la pena”, apostilla Meli Encabo, madre de Andrea que puntualiza que muchas veces la relación va “más allá” de la de profesor-alumno. “Andrea habla de sus profesores como si fueran amigos. Pasan los años y esa relación especial se recuerda”, añade.

SON FAMILIA

“Es que son familia”, subraya Gabriel García Sierra, lesionado medular que ha recibido Atención Domiciliaria en Burgos, que apunta que sin este servicio iría “tres o cuatro cursos retrasado” a pesar de “no tener las mismas horas lectivas” pero sí “los mismos exámenes” que sus compañeros.

Carencia que suple “metiendo horas y contando con la buena fe” de los profesores. “Hay complicidad y cercanía con ellos”, insiste para demandar más “agilidad en la prestación del servicio” ya que, desde que se solicita hasta que se concede, “el alumno está en tierra de nadie”.

Por su parte Irene Gómez recuerda que acudir al aula hospitalaria le daba “vida”. “Ahora estudio enfermería y me gustaría dedicarme a la oncología”, señala para incidir en que este servicio no se debería “perder”. “Para mí ha sido un pilar y Olga –su profesora– me ha hecho crecer”, puntualiza para reclamar, eso sí, wifi en la planta.

DEMANDAS

En cuanto a las demandas, tanto profesores, como familias y alumnos, urgen a que el servicio conste de “más horas, su prestación sea más ágil, haya mayor coordinación entre el docente de domiciliaria y el centro al que pertenece el alumno, la plaza no se encuentre aislada y esté incentivada, ya que al ser pocas horas, económicamente no compensa por los desplazamientos que, además, hay que hacer”, resumen.

Educación defiende que las horas se asignan en función de los casos y características de cada alumno, que entre los puestos de difícil desempeño se encuentran los ubicados en las aulas hospitalarias y que las solicitudes se pueden tramitar a través de la sede electrónica de la Administración, lo que agiliza su prestación que, no obstante, en se resuelven en el plazo de cinco días hábiles desde su recepción.


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