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Intervención del Presidente del Principado de Asturias, Javier Fernández

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Acto conmemorativo del 50º aniversario de la puesta en servicio de la central hidráulica de Proaza

Agradezco su invitación a participar en la conmemoración del medio siglo de esta central hidráulica. No lo digo sólo para atenerme a las reglas de la buena educación: en realidad creo que debo estar agradecido por razones estéticas, pedagógicas e institucionales. Limitaré mi breve intervención a explicar esa tripleta. Sobre los motivos estéticos, poco me atrevo a comentar. En unos minutos visionaremos el vídeo de Joaquín Vaquero Ibáñez y me temo que no acertaría con las palabras adecuadas para prologarlo, no digo ya para mejorarlo, así que entiendan mi prudencia. A mí, observador profano, la central me parece una obra magnífica que consigue ensamblar naturaleza e industria con una fuerza descomunal, con la potencia propia del hormigón. Sobre el patrimonio industrial se habla mucho y probablemente se hablará muchísimo más durante las próximas décadas. A este respecto, el catálogo que ofrece EdP, muy deudor del talento de Vaquero Palacios, es monumental y sobresaliente. Da para todo un circuito artístico e industrial. Sobre las razones pedagógicas me extenderé algo más. Por formación –o, si prefieren, por deformación- ingeniera me interesan estos asuntos. Por ejemplo, pienso que pocos lugares hay más apropiados que una central hidráulica para entender la diferencia entre la energía potencial y la cinética, así como sobre la capacidad de una turbina para transformar la energía mecánica en eléctrica. Lo que puede costar asimilar en el manual de Física aquí salta a la vista: la toma de agua del embalse de Valdemurio, su conducción, el aprovechamiento de la caída en gravedad y la energía que genera, todo se hace lógico y hasta aparentemente simple. No bromeo con la importancia de visitar este tipo de instalaciones para los escolares. Lo afirmo absolutamente en serio. Pero, como sospecharán, mi alusión a la pedagogía no se ciñe al temario de bachiller. Dicho a lo bruto, una central hidroeléctrica es un molino de agua evolucionado. Las primeras centrales datan del último cuarto del XIX, pero el aprovechamiento de la fuerza del agua tiene una historia milenaria. Si me remonto tan atrás es para subrayar que la humanidad siempre ha tenido una relación dialéctica con la naturaleza. Por cierto, sobre esto teorizaron con abundancia Marx y Engels, quien llegó a titular así uno de sus libros (Dialéctica de la naturaleza) aunque ahora no venga el caso extenderse en sus consideraciones. Lo que sí entiendo que tiene sentido es reflexionar sobre la relación entre el progreso de la humanidad y la naturaleza, que en cuentas históricas jamás ha sido plácida, sino conflictiva, salvo que nos creamos a pies juntillas el edénico relato del jardín que habitaban Adán y Eva antes de morder aquella manzana pecaminosa, nunca sabremos si verde o madura, origen de tantos males. Fijémonos en esta central. Aparte de su valor artístico, tomemos en cuenta lo que conlleva: un emplazamiento, una modificación de un río, una canalización, una red de distribución. Ciertamente, no emite dióxido de carbono porque no se produce combustión, pero sí fue necesaria una fuerte intervención sobre el estado natural previo, que jamás volverá a ser el mismo. Una pregunta al paso: ¿hoy sería posible esta obra? ¿Recibiría los permisos administrativos, los parabienes ambientales, superaría la previsible oposición ecologista y el hipotético recelo vecinal? Ya sé que estoy haciendo trampa y que no se pueden hacer esos saltos en el tiempo, pero déjenme atizar la interrogación: ¿sería posible? ¿y la central de La Malva? ¿Y los embalses de Tanes o Grandas? Las enseñanzas no acaban ahí. Esta central, esta misma sala de turbinas, es un muestrario del desarrollo fabril de Asturias. Aquí al lado pasa una ruta cicloturista, la Senda del Oso, construida sobre el trazado de dos ferrocarriles que transportaban el mineral de las explotaciones de Quirós y Teverga. Al fin y al cabo, la senda es una cicatriz industrial reciclada para un nuevo uso. En realidad, resultaría muy difícil, imposible, describir la realidad de Asturias, la de ayer, la de hoy y espero que también la de mañana, sin mencionar la profunda huella industrial que nos surca y nos define. Dije que también tengo razones institucionales para agradecer su invitación. Casan a la perfección con las que acabo de exponer. Aquí tenemos un buen ejemplo de intervención sobre la naturaleza. En un momento determinado un grupo de personas decidió que había que alterar el estado de las cosas para construir una instalación capaz de producir electricidad que ahora cumple 50 años. En aquel entonces, en 1968, no existía la inquietud ambiental de ahora. Estimulado por la Guerra Fría, había el temor a un holocausto atómico, incluso a una crisis por sobrepoblación del tipo de de la descrita por el reverendo Malthus, pero no teníamos la conciencia de que el desarrollo económico basado en la quema de combustibles fósiles conllevaba tantos riesgos. Sobre todo, no teníamos la certeza de la urgencia, de que esta partida por la supervivencia de la habitabilidad de la Tierra se jugaba contra el reloj. Hoy, sí. Hoy tenemos la preocupación y la obligación de actuar para evitar desastres irremediables. Ese deber nos incumbe a todos sin excepción: a los científicos, a los economistas, a los ecologistas, a la ciudadanía. Pero la responsabilidad decisoria corresponde a las instituciones o, si quieren decirlo de otro modo, a la política. La política, ya lo saben, y aquí hay alcaldes que lo podrán corroborar, no es una ciencia. Uno puede exhibir el título de politólogo, pero no el de político. Para eso no hay credenciales. No existe un conocimiento expreso aplicable a la política como el que posee un cirujano a la hora de enfrentarse a una intervención en la válvula mitral. Tampoco es posible repetir un experimento en un laboratorio en condiciones ideales de presión y temperatura. Por eso la acción política, o institucional, es desesperante, pero nunca puede resultar dogmática. La afirmación dogmática vale para la religión o para la nación, tal y como la interpretan algunos, pero jamás para la política. Pensemos que el político no puede ser nunca ajeno al contexto ni a las fuerzas con las que se tiene que ver. Es algo que a los puristas les resulta intragable porque atienden exclusivamente a una lógica particular, unidimensional. Pongo mi propio caso, para no molestar a nadie: a la hora de evaluar la transición energética, pensada para nada menos que salvar el planeta, ¿puedo abstraerme de las consecuencias sobre la actividad económica, sobre la industria y sobre el empleo? Es obvio que no, salvo que fuese un irresponsable. Aunque me motive el objetivo, no puedo dejar de tener en cuenta la situación de Asturias y de España, ni desconocer qué están haciendo otros países, ni sospechar cuál puede ser la reacción de las industrias que tienen a su mano la posibilidad de cambiar de emplazamiento para aprovechar condiciones más ventajosas para su actividad y su beneficio. Aclaro que lo que estoy pidiendo no es que se abandone a la transición energética, sino que se renuncie al dogmatismo, tan apropiado para cuestiones de fe como inservible para la acción política. Concluyo. He intentado explicar por qué considero que debo estarles agradecido y confío en que mis razones no les hayan incomodado. Entiendan que un escenario donde la energía limpia se combina con la intervención en la naturaleza y con un altísimo valor artístico resulta muy inspirador, incluso para un tipo tan racional e ingeniero que se admira con el mecanismo de una turbina.


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