Investigadores de la UMA demuestran que el acolchado procedente del desbroce que se elimina para evitar el fuego es el más óptimo
Miembros de un equipo de investigación de la Universidad de Málaga (UMA) han logrado que un 90% de las plantas reforestadas en un monte degradado sobrevivan enmendando el suelo con un astillado de pino procedente del mismo lugar. Esta práctica, que cumple los requisitos europeos para el desarrollo de una economía circular y supone una alta eficiencia económica y medioambiental, forma parte parte del Proyecto de Excelencia Red Experimental de Medición de la Erosión (REME) financiado por la Consejería de Conocimiento, Investigación y Universidad.
El grupo de Investigación, Geografía, Física y Ordenación del Terreno de la UMA ha puesto en marcha este sistema de restauración, una técnica que, además de rentabilizar la inversión de los plantones, supone un ahorro económico al reutilizar subproductos obtenidos en el mismo lugar de aplicación y anular así el transporte de residuos desde las plantas de compostaje.
Restaurar la vegetación nativa es una de las maneras más efectivas de recuperar la calidad de los suelos forestales degradados. Después de la repoblación, durante el enraizamiento del plantón, los beneficios de la vegetación sobre el terreno aún no se manifiestan y los suelos siguen siendo muy vulnerables a la erosión y a la pérdida de carbono orgánico. Esto, unido a la desertificación que viven los montes mediterráneos y los numerosos incendios que los asolan, hacen necesaria la investigación en nuevos métodos que permitan una recuperación rápida y eficaz.
Después de un incendio, por ejemplo, la eliminación de la cobertura vegetal que existía de forma natural supone un incremento para los procesos de erosión y degradación del suelo. Por ello, tras una evaluación de daños, a veces es necesario ejecutar métodos de restauración complementarios con el fin de que la vegetación y la biodiversidad de la zona vuelvan a su estatus lo antes posible.
En este estudio se ha confirmado que el acolchado procedente del desbroce que se elimina de los montes para evitar el fuego es el más óptimo de todos para conseguir este fin. Tras un proceso en el que se trituran los restos para convertirlos en astillas se colocan sobre el suelo a una profundidad de 25 centímetros. Al descomponerse, los restos favorecen la apertura de macroporos en el perfil y, por lo tanto, incrementa la infiltración de agua y la disponibilidad de la misma para las plantas. Además, esta intervención proporciona otros importantes beneficios al sistema como la mejora de estado físico y químico del suelo.
Otros tipos de cubierta ensayados durante el estudio fueron el acolchado de paja, lodos de depuradora, un tipo de fertilizante y excrementos de vacuno. Además, el proceso de obtención de los residuos orgánicos se produce en el mismo lugar donde se aplican, reduciéndose así costes derivados de su gestión. Por tanto, este flujo circular posibilita un ahorro considerable al no tener que transportar los residuos a una planta de compostaje y de esta de nuevo al lugar donde se utilizará y al no requerir ningún tipo de materia prima extra.
Asimismo, este sistema permite disminuir el volumen de escorrentía, causante de la pérdida de miles de toneladas de suelo fértil. Dieciocho meses después de la intervención, el uso de estos residuos favorecía, además del aumento de la supervivencia de los plantones, el desarrollo de nueva vegetación espontánea que ejerce un papel muy positivo en el control de la erosión desde las etapas más tempranas del plan de reforestación. Los resultados indican que la aplicación de estos residuos es capaz de reducir las pérdidas de suelo en un 98,16 %. La investigación ha sido publicada en la revista ‘Science of The Total Environment’.
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