ALMERÍA, 28 (EUROPA PRESS)
El Tribunal Supremo ha confirmado una pena de 14 años y cinco meses de prisión para un hombre de la provincia de Almería que agredió sexualmente durante casi cuatro años a la hija menor de su pareja sentimental, a la que tenía “bajo control” y en un “ambiente de miedo” para que no revelara los hechos que finalmente fueron denunciados por la abuela materna de la pequeña al saber lo que ocurría.
El alto tribunal ratifica la pena por un delito continuado de agresión sexual con penetración, por el que además impone al acusado 16 años de alejamiento e incomunicación con la menor, diez años de libertad vigilada y el pago de 30.000 euros como responsabilidad civil, según indica el fallo consultado por Europa Press.
La Sala hace referencia al “revelador testimonio” de la menor apreciado en instancias anteriores, quien narró una serie de detalles con un elevado nivel de coherencia y persistencia, por lo que estimaron que los hechos contados se corresponden “con unos hechos realmente vividos” que además se vieron corroborados por el informe psicológico, que dotaba de credibilidad su relato.
La sentencia apunta como fecha de inicio de las agresiones sexuales a la niña la noche del 26 de enero de 2016, cuando la víctima contaba con 13 años de edad. Así, el hombre aprovechó que estaba a solas con la menor dado que su pareja estaba ingresada en el hospital por haberse sometido a una cirugía para tener relaciones sexuales “completas” con esta.
El acusado, quien residía en la vivienda desde que la víctima tenía ocho años, consiguió acceder a la menor sin oposición de esta debido tanto a su edad como a la ascendencia que tenía sobre ella, puesto que “ejercía de padrastro” desde que comenzaron a vivir juntos.
A partir de ese momento y hasta diciembre de 2019, el acusado mantuvo un número “indeterminado” de relaciones sexuales con la menor tanto en el domicilio familiar cuando se quedaban solos como en el vehículo en el que la llevaba a determinados sitios.
Durante esos casi cuatro años el acusado, que tenía 33 años cuando comenzaron las agresiones, ejerció además un “fuerte control” sobre la menor para “conseguir una dependencia emocional hacia el mismo”, con expresiones como que “si se iba a la cárcel porque ella le decía a alguien lo que estaba haciendo, iban a pasar hambre”.
Asimismo, le “formaba broncas” cuando la veía con chicos de su edad” y la “controlaba” llevándola a los sitios. Esta situación generó un “ambiente de miedo en la menor” que le impidió “revelarse contra las prácticas sexuales del procesado”, quien de este modo consiguió “doblegar la voluntad de la menor” al conseguir que se sintiera “sola, asustada, aislada, en un callejón sin salida, como enjaulada para de esta manera satisfacer sus deseos”.
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