Acto oficial de toma de posesión de los vocales del Consejo Consultivo del Principado de Asturias
Reconozco que apelar a la salvaguarda de las instituciones suena a lugar común. No obstante, creo que quienes tenemos alguna responsabilidad debemos aprovechar las oportunidades que se nos presentan para hacer esa defensa. Vienen vientos de fronda, y no peco de alarmista si sospecho que no amainarán durante una larga temporada. Hoy, en este acto, dedicaré mi breve intervención a ese esfuerzo. Además, creo honestamente que esa reflexión se acomoda bien al hecho que nos reúne, la renovación del Consejo Consultivo. Una renovación completa, ya que cambian todos los vocales; con mayoría femenina, pues cuatro de sus cinco integrantes serán mujeres; y resuelta en el plazo previsto. Los tres rasgos son novedosos; tanto, que de por sí ya merecerían bastante análisis, pero prefiero aventurarme por otra perspectiva. Desde su formación, el Consultivo ha cumplido 13 años. Para una institución, que como todas las de su especie madura en tiempos geológicos, es un período mínimo, infinitesimal. Desde el principio, ha estado sometido a escrutinio y más de una vez ha sido cuestionada su propia existencia. Propongo que nos detengamos unos instantes en este punto. ¿Qué justifica la pervivencia de una institución? No creo que sea su raigambre; es más, opino que esa costumbre de desempolvar organismos, usos y costumbres de hace siglos, olvidados incluso para algo tan memorioso como la tradición, tiene más interés arqueológico (o antropológico) que de otro tipo. Confieso que ese medievalismo que a menudo se infiltra en el debate político con sus marcas, sus fueros y sus almenas me parece un retroceso, una rendición del raciocinio. Dejémoslo ahí, para no irnos por otras veredas. Digo que la mera raigambre no basta para defender una institución. Como mucho, acepto que pueda ser una condición deseable, aunque no suficiente. La creación puede, sí, estar prevista legalmente. Es lo que ocurre en nuestro caso, con el artículo 35 quáter del Estatuto y la ley correspondiente de 2004 que ustedes conocen perfectamente. Pero eso tampoco basta. Las leyes y los Estatutos se revisan y modifican, y lo que hoy disponen mañana puede ser anulado. Quiero ir a parar, como habrán intuido, a la propia utilidad de las instituciones, a su contribución, y también a su sentido en una sociedad democrática avanzada. Eso es aplicable al Consultivo, por supuesto, pero también a cualquier otra institución. Lo cierto es que cuando escucho los argumentos contra el Consultivo me abultan de una flojera intelectual aparatosa: o bien son razones al peso, como el presupuesto del organismo y el número de informe, o bien aparecen embarulladas en una causa general contra la Administración y los entes públicos, agrupados o no bajo el socorrido toldo del chiringuito sea cual sea su función y su aprovechamiento. En ese discurso afloran con frecuencia los brotes de un potente discurso antipolítico. Si echamos un vistazo rápido al paisaje estatal, comprobaremos que ahora mismo se están levantando todos los diques y que por un lado u otro se cuestiona bien la forma de Estado, bien su estructura territorial. Cuando celebramos 40 años de andadura constitucional es oportuno advertirlo. Por eso afirmé al principio que toca defender responsablemente las instituciones que nos hemos otorgado. La deslegitimación bruta y rasa de todas ellas es un mal negocio democrático. Vuelvo al Consultivo. Entiendo, además, que es difícil defenderse de esos ataques. En primer lugar, no se pueden utilizar las mismas armas, porque un mínimo de responsabilidad exige la renuncia a la munición grosera. En segundo, es complicado explicar en qué consiste un dictamen, cuál es su utilidad y no digamos ya si se trata de valorar la calidad técnica del mismo. En la disputa pública, el Consultivo está en franca inferioridad de condiciones. Y, sin embargo, se mueve. Puede que Galileo jamás hubiese pronunciado la famosa frase, pero viene al caso. Quiero decir que pese a todas esas circunstancias el Consejo Consultivo del Principado de Asturias se ha ganado un prestigio, el que corresponde a un órgano que habla básicamente por boca de sus dictámenes e informes, que procura trabajar con discreción y calidad. Ésa es una excelente defensa. Y ahora, en esta toma de posesión, el Gobierno de Asturias lo reconoce y lo agradece públicamente. Me dirijo a todos sus integrantes: al presidente, Bernardo Fernández; y a los vocales Juan Luis Rodríguez-Vigil, Fernando Fernández Noval, Rosa Zapico y José María García. También debo pedirles disculpas. Soy consciente de que más de una vez les hemos metido prisa, que hemos llegado a la carrera empujando con una consulta o un dictamen sin aviso previo. Y, pese a ello, el Consultivo ha atendido nuestras solicitudes y las ha despachado en tiempo y, más importante, con la calidad técnica necesaria. He pronunciado unos nombres y me corresponde dar la bienvenida a otros. A Begoña Sesma, Isabel González Cachero, Eva María Menéndez, Dorinda García y Jesús Iglesias, a ustedes les deseo un mandato fructífero y acierto en su labor y les garantizo el respeto y el respaldo del Gobierno del Principado. Finalizo con un añadido. Es inevitable que las instituciones, y con más razón si son primerizas, se parezcan a quienes las habitan. Probablemente, ese andar discreto, casi de puntillas, del Consultivo tenga mucho que ver con quien lo ha presidido hasta ahora, Bernardo Fernández. Si hablan con él notarán que suele hacerlo a lápiz, en una contagiosa voz baja. En volumen bernardiano, las voces de las discusiones se acallan a susurros y al compás de música clásica, lo cual siempre ayuda al sosiego. En fin, intento decir que ese talante, unido a otras de sus destrezas, como el buen conocimiento del andamiaje político y social de nuestra comunidad, ha contribuido al buen trabajo del Consejo Consultivo y su asentamiento público. Permitan que ahora vuelva a expresarle públicamente mi agradecimiento. Una vez más, y de ésta sí que concluyo, gracias a todos ustedes por su labor y enhorabuena a quienes les relevan.
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