MADRID, 26 (EUROPA PRESS)
Dos grupos de investigación españoles y australianos, especialistas en ecología del fuego, han presentado en el marco del XX Congreso Internacional de Botánica los resultados de sus últimas investigaciones relacionadas con la evolución de ecosistemas propensos a incendios, cuyo objetivo común es entender los mecanismos que permiten a determinadas especies vegetales sobrevivir e, incluso, necesitar del fuego para su supervivencia.
Los denominados “ecosistemas propensos a incendios” son aquellos en los que se producen incendios de forma recurrente. Un claro ejemplo de ello son los ecosistemas mediterráneos, donde las especies vegetales han desarrollado estrategias evolutivas que les han permitido adaptarse al paso del fuego y sobrevivir a él.
Los expertos señalan que entender cómo estas plantas han desarrollado estas estrategias, así como las bases moleculares de las mismas, es clave para abordar los retos a los que el cambio climático nos enfrenta.
En algunas de estas especies la germinación está favorecida por el fuego, mientras que en otras la floración se estimula, siendo más abundante que cuando no se producen incendios. Los científicos se preguntan cuáles pueden ser las ventajas de estas estrategias, como las que utilizan algunas especies geófitas.
Este tipo de plantas presentan estructuras de crecimiento subterráneo -como bulbos o tubérculos-, que perduran bajo la tierra durante las condiciones desfavorables.
Julia Gegunde, investigadora pre-doctoral del grupo de ‘Ecología y evolución de ecosistemas propensos al fuego’, liderado por Juli G. Pausas, en el Centro de Investigaciones sobre Desertificación (CIDE-CSIC) de Valencia ha analizado algunas de estas especies en el sur de España.
En su investigación ha identificado que “la mayor densidad de floración tras el paso del fuego modifica los polinizadores y las tasas de polinización de estas plantas, aumentando la cantidad de polen que llega a sus flores y la producción de frutos y semillas”.
Entrando en el detalle de algunas especies, Jaime Sáiz-Blanco, del CIDE-CSIC, ha analizado los efectos del fuego sobre la variabilidad de los individuos de Anthyllis cytisoides, un arbusto característico de la costa mediterránea peninsular capaz de rebrotar tras los incendios.
Este fenómeno, denominado rebrote post-incendio, también tiene lugar en la especie de enebro Juniperus oxycedrus, que estudia David Gutiérrez, del mismo grupo investigador, y que también ha presentado su trabajo en este congreso.
Conocida por tener un clima similar al mediterráneo, Australia es otro punto del planeta donde la comunidad científica está estudiando la ecología del fuego. El equipo del investigador Mark Ooi, de la Universidad de Nueva Gales del Sur, en Sidney (Australia) se dedica desde hace años a investigarla.
Ooi es miembro del Grupo de Investigación sobre gestión del riesgo de incendios forestales y del Centro de Recuperación de especies amenazadas de Nueva Gales del Sur. “Es indispensable que las decisiones que toman las administraciones estén basadas en la evidencia científica”, explica.
El experto investiga sobre cómo los cambios actuales en los regímenes de incendios pueden afectar a la persistencia de algunas especies vegetales o cómo otras podrían ser capaces de superar estas condiciones.
El grupo investigador también estudia las plantas resistentes al fuego en Australia. Sarah McInnes, que trabaja junto a Ooi, ha expuesto algunos de los resultados de su investigación que pretende identificar genes implicados en la resistencia de las semillas a temperaturas de más de 150 grados.
Su estudio se centra en Acacia pycnantha, una especie originaria del sudeste australiano en la que la germinación de las semillas está desencadenada por el calor y que se reproduce prolíficamente después de un incendio forestal. “Este tipo de trabajos se ha hecho en respuesta a altas temperaturas, pero es la primera vez que se hace con temperaturas tan extremas”, explica.
Su compañero Tom Le Breton, también ha presentado un trabajo que identifica especies con alto riesgo de extinción, tras el denominado ‘Verano negro’ de 2019 y 2020 en el que el fuego arrasó unos 18 millones de hectáreas, una extensión similar al tamaño de Bélgica y Luxemburgo, y priorizar su conservación.
Una lección que los investigadores extraen de estas especies vegetales, es que la visión del fuego como algo extremadamente negativo no siempre es del todo correcta y está ligada, lógicamente, al impacto que éste tiene sobre el ser humano. Sin embargo, en ecosistemas donde el fuego es un elemento más, las especies vegetales han desarrollado estrategias que les permiten convivir con él.
Esto es una muestra de cómo la naturaleza se abre paso incluso en condiciones, a priori, desfavorables pero que, con el paso del tiempo, la selección natural se encarga de afrontar. Los científicos señalan, no obstante, el desafío al que estos ecosistemas se enfrentan ahora con el incremento en la magnitud de estas perturbaciones: fuegos más intensos, más prolongados en el tiempo o más frecuentes.
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