CÓRDOBA, 18 (EUROPA PRESS)
El obispo de Córdoba, Demetrio Fernández, ha recordado que, en este “tiempo de vacaciones” estivales, “no todo el mundo tiene vacaciones”, pues “en el mundo entero hay mucha gente que sigue su mismo ritmo de vida durante todo el año, con grandes carencias, y ni siquiera llega a tener sus necesidades básicas cubiertas, y entre nosotros, cerca de nosotros, por múltiples razones, muchos no pueden disfrutar de un tiempo vacacional, o porque no tienen trabajo, o por razones de enfermedad, o sencillamente porque el presupuesto no da para gastos extraordinarios”.
Por tanto, según ha subrayado el obispo en su carta semanal, recogida por Europa Press, “quien puede disfrutar de un tiempo de vacaciones es afortunado y debe dar gracias a Dios por ello. Es algo regulado y reconocido en las leyes laborales, pero es al mismo tiempo un don de Dios, que no a todos llega”.
Demetrio Fernández ha argumentado que “el tiempo de vacaciones es tiempo de descanso, en contraposición al tiempo de trabajo. Las vacaciones son tiempo de ocio, en contraste con el tiempo reglado obligatorio de sacar adelante las tareas profesionales. Pero no significa tiempo de no hacer nada. Si la persona no hace nada, se aburre y se autodestruye. El ocio no bien aprovechado sólo sirve para fomentar la pereza, la desgana, la desmotivación”.
En consecuencia, “el tiempo de vacaciones es tiempo de hacer otras cosas, y hacerlas sin presión de horarios, de plazos, de productividad. Una de las dimensiones de la persona es la creatividad, el tiempo de vacaciones es propicio para ello”.
Por eso, según ha argumentado el obispo en su carta, “si hay más tiempo libre, uno dispone de ello para estar más tiempo con la propia familia, para convivir con el núcleo familiar o visitar a familiares con los que no se convive habitualmente. En el tiempo de vacaciones pueden programarse viajes de peregrinación, de contenido cultural, de conocimiento de otras latitudes”.
TIEMPO PARA DIOS
Además, el tiempo de vacaciones “cunde para hacer nuevas lecturas, estudios, terminar trabajos pendientes, preparar el próximo curso, adelantar programaciones y tareas que han de venir”, y también han de servir las vacaciones “para intensificar el tiempo de contacto con Dios”, pues “en la paz y en el sosiego de las vacaciones hay muchos que aprovechan para unos ejercicios espirituales, un retiro, o la visita a un monasterio para compartir la vida orante de sus monjes o monjas”.
También “hay encuentros juveniles, de familias o de adultos para vivir unos días de fraternidad cristiana, poniendo en el centro a Jesucristo, con el estudio de algunos temas de formación cristiana, la convivencia en familia o entre amigos”. Así, “las vacaciones se convierten en tiempo de formación”.
DEPORTE, JUVENTUD Y MISIONES
Por otro lado, según ha señalado Demetrio Fernández en su carta semanal, el tiempo de vacaciones” es también tiempo para el deporte, para el cuidado equilibrado del propio cuerpo”, si bien ha avisado que “un cuidado excesivo del propio cuerpo lleva a la idolatría del cuerpo, desequilibrando la armonía que Dios ha establecido entre cuerpo y alma”.
A juicio del obispo, “parece como si en nuestro tiempo hubiera aumentado el culto al cuerpo, al tiempo que ha disminuido el cuidado del alma”, cuando resulta que “la persona es alma y cuerpo, y debe cuidar armónicamente lo uno y lo otro, porque somos espíritus encarnados”.
Junto a ello, ha recordado que en la Diócesis de Córdoba “hay iniciativas concretas muy laudables y provechosas”, y la prueba es que “más de 2.000 niños de nuestras parroquias irán pasando por sucesivos campamentos de verano, con el crecimiento personal que eso supone. Eso lleva consigo mucho trabajo por parte de jóvenes y adultos, pero es un trabajo que merece la pena para ayudar a crecer a los pequeños. Es una ocasión propicia para la catequesis, para la adoración, para el juego, para la convivencia, para el contacto con la naturaleza y la creación”.
Además, según ha subrayado Demetrio Fernández, “algunos grupos de jóvenes aprovechan el verano para una experiencia misionera en Picota (Perú), nuestra misión diocesana, como apoyo a la tarea de los misioneros y para conocimiento de otras culturas y latitudes”, lo cual supone un “gran enriquecimiento personal, para enfocar la vida de otra manera a la vuelta”.
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