Cuatro asaltantes acribillaron durante 15 minutos a los asistentes de la sala de conciertos del Crocus City Hall antes de prender fuego al pabellón
MADRID, 23 (EUROPA PRESS)
El atentado de este pasado viernes en el recinto del Crocus City Hall de Moscú, en la periferia noroeste de la capital rusa, es el más sangriento en la historia contemporánea de la ciudad, por delante ya de la tragedia de la crisis del secuestro, a manos de separatistas chechenos, de los asistentes del teatro Dubrovka en 2002, una tragedia que acabó con 132 rehenes muertos durante una operación implacable de las fuerzas de seguridad.
Ahora, las 133 víctimas mortales, entre ellas tres niños, confirmadas hasta el momento en el ataque del viernes obedecen a una estimación que, según el gobernador de la región de Moscú, Andrei Vorobiov, aumentará en las próximas horas conforme los servicios de rescate continúen sacando víctimas mortales de entre los escombros del pabellón, incendiado por los propios atacantes. El número de heridos ha superado claramente el centenar y ahora mismo permanecen hospitalizadas 80 personas.
El ataque ocurre bajo la extraordinaria circunstancia de la guerra de Rusia contra Ucrania, un acontecimiento que está marcando la línea de la investigación que las autoridades rusas están haciendo del atentado. El Servicio de Seguridad Federal de Rusia (FSB), ha informado ya al presidente ruso, Vladimir Putin, de once detenidos, entre ellos cuatro sospechosos directos del ataque, interceptados a primera hora de este sábado y a la altura de la localidad de Jatsun, región de Briansk, a unos 340 kilómetros al suroeste de Moscú.
Las detenciones fueron resultado de una operación conjunta entre el FSB y combatientes del regimiento checheno Ajmat, según anunció poco después el líder de Chechenia, Ramzan Kadirov, quien apuntó que la intervención comenzó en torno a las 03.00 de la madrugada.
El vehículo que conducían era un Renault Logan de color blanco, presumiblemente el mismo en el que llegaron al Crocus City Hall en torno a las 20.00 del viernes, hora de la capital rusa (las 18.00 en España). Según el relato de los investigadores y los testigos recogido por el diario ruso ‘Kommersant’, al menos cuatro hombres se bajaron del vehículo, armados con carabinas semiautomáticas Saiga y comenzaron a abrir fuego casi inmediatamente contra la gente que hacía cola para entrar. Los guardias de seguridad desarmados que custodiaban el evento, un concierto del grupo de rock Piknik, fueron abatidos.
Todos ellos, según las imágenes recogidas por la investigación, emplearon cargadores dobles asegurados con cinta aislante para ahorrar tiempo a la hora de recargar mientras se dirigían a la sala principal, donde comenzaron a abrir fuego indiscriminado y provocaron una estampida humana. El tiroteo duró entre 10 y 15 minutos. Después, prendieron fuego al lugar con gasolina para encendedores, arrojaron sus armas al suelo, se cambiaron de ropa y regresaron a su vehículo entremezclándose con la multitud despavorida.
De momento de los cuatro principales detenidos se sabe que en el Logan en el que viajaban había pasaportes tayikos y ahora mismo está siendo investigada una presunta relación con la organización yihadista Estado Islámico, que reivindicó el atentado ayer por la noche a través de un comunicado en su agencia de noticias, Amaq. Este sábado, el mismo medio ha publicado las imágenes, con los rostros pixelados, de los cuatro supuestos responsables de un atentado que ha representado, según los yihadistas, “un duro golpe” dirigido contra “los cristianos” del país.
No obstante, el FSB ha abierto una línea de pesquisas dirigida a Ucrania al considerar, según sus primeros resultados, que los sospechosos se dirigían a la frontera, donde mantenían “contactos relevantes” con el lado ucraniano, una aseveración que el presidente Putin, repitió este sábado durante su primer discurso ante la población tras el atentado.
En su comparecencia, Putin habló de una “ventana” de entrada ofrecida a los sospechosos desde el lado ucraniano aunque no terminó de apuntar a las autoridades ucranianas como cómplices. En su lugar, anunció el despliegue de medidas adicionales antiterroristas en todo el país para “impedir que quienes están detrás de este baño de sangre cometan un nuevo delito”: la declaración de que la estructura terrorista detrás de la matanza todavía no ha sido completamente desmantelada.
En este escenario, la portavoz del Ministerio del Interior de Rusia, Irina Volk, ha reiterado que ninguno de los presuntos autores detenidos es un ciudadano ruso. “Están apareciendo informaciones de que los acusados detenidos en Briansk son ciudadanos rusos. Esto no es cierto. Todos ellos son extranjeros”, ha hecho saber.
El Gobierno de Kiev ha asegurado que no tiene relación alguna con el ataque y el Ministerio de Exteriores tayiko ha pedido calma a la espera de recibir verificación oficial de las autoridades rusas sobre la nacionalidad de los sospechosos para no provocar un estallido de represalias contra sus ciudadanos en el extranjero.
De hecho, en las últimas horas el Gobierno tayiko ha tenido que desmentir en su página web que dos ciudadanos identificados por medios rusos como presuntos sospechosos del atentado participaran en el ataque, dado que se encontraban en Tayikistán en el momento del asalto.
El Ministerio de Asuntos Exteriores de Ucrania, por su parte, acusó a Moscú de usar al país como excusa para “promover un estado de histeria anti-ucraniana en la sociedad rusa y crear condiciones para impulsar la movilización de ciudadanos rusos hacia la agresión criminal” contra el país. El portal de noticias ruso Vertska, citando cuatro fuentes anónimas del Kremlin, ya había avanzado esta semana esta movilización, todavía sin confirmar, para alimentar el futuro despliegue de otros 300.000 militares en Ucrania.
AVISOS DESATENDIDOS
También durante las últimas horas el Gobierno ruso ha tenido que salir al paso de las críticas después de que Estados Unidos avisara a principios de mes de un posible atentado terrorista en Rusia; una declaración que fue respondida por el propio Putin quien describió la alerta como un “comportamiento francamente provocador” por parte de responsables occidentales.
“A mí todo esto me parece un chantaje, directamente, que tiene la intención de desestabilizar a nuestra sociedad”, declaró sobre el aviso publicado el 7 de marzo por la Embajada de EEUU en Moscú sobre un posible “ataque extremista inminente contra grandes eventos en la ciudad, conciertos incluidos”.
Mientras la portavoz de Exteriores de Rusia, Maria Zajarova, denunciaba que Estados Unidos no había compartido con el Kremlin información específica al respecto, la representante ante los medios del Consejo de Seguridad Nacional de EEUU, Adrienne Watson, ha asegurado que las agencias de Inteligencia norteamericanas sí que proporcionaron detalles a las autoridades rusas “siguiendo la tradicional política del ‘deber de avisar'”.
El sangriento ataque del viernes remite por ahora a una era casi olvidada por la guerra de Ucrania y la consolidación de Putin en el poder, cuando los atentados suicidas, atribuidos en su mayoría a islamistas de Rusia o de sus vecinos, mataban a decenas de personas en el país como represalia de lo que denunciaban como políticas “antimusulmanas” del Kremlin.
La toma de una escuela en Beslan, en el sur del país, provocó más de 330 muertes, muchas de ellos niños, en 2004. En 2010, dos ataques suicidas en estaciones de metro de Moscú mataron al menos a 40 personas, mientras que un atentado suicida mató a 16, incluido el atacante, en el metro de San Petersburgo en 2017.
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