MADRID, 8 (EUROPA PRESS)
Un estudio dirigido por investigadores de la Universidad de California en San Francisco y Kaiser Permanente Washington (EEUU) ha descubierto que los cambios personalizados en la salud y el estilo de vida pueden retrasar o incluso prevenir la pérdida de memoria en las personas mayores de mayor riesgo.
El estudio, publicado en ‘JAMA Internal Medicine’ y de dos años de duración, comparó las puntuaciones cognitivas, los factores de riesgo y la calidad de vida de 172 participantes, de los cuales la mitad había recibido asesoramiento personalizado para mejorar su salud y estilo de vida en aspectos que se cree que aumentan el riesgo de padecer Alzheimer, como la diabetes no controlada y la inactividad física. Estos participantes experimentaron un modesto aumento en las pruebas cognitivas, con una mejora del 74 por ciento respecto al grupo no intervenido.
También se observaron mejoras entre los dos grupos en las mediciones de los factores de riesgo y la calidad de vida, que se tradujeron aproximadamente en un 145 y un 8 por ciento, respectivamente, informaron los investigadores.
Asimismo, el estudio, conocido como ‘SMARRT’, sigue a trabajos anteriores de otros investigadores que han arrojado resultados contradictorios sobre los efectos de las intervenciones en salud y estilo de vida. Sin embargo, este estudio se diferenciaba de los anteriores en que ofrecía un asesoramiento personal adaptado a cada participante.
“Se trata de la primera intervención personalizada, centrada en múltiples áreas de la cognición, en la que los objetivos de los factores de riesgo se basan en el perfil de riesgo, las preferencias y las prioridades del participante, lo que creemos que puede ser más eficaz que un enfoque único para todos”, ha afirmado la primera autora e investigadora principal, Kristine Yaffe, vicepresidenta de investigación en psiquiatría y profesora de los departamentos de neurología, psiquiatría y epidemiología y bioestadística de la UCSF.
“No sólo hemos hallado una reducción significativa de los factores de riesgo, sino que éste es uno de los pocos ensayos que ha demostrado un beneficio en la cognición que probablemente se traduzca en un menor riesgo de demencia”, ha añadido Yaffe.
“En una encuesta anterior realizada a 600 adultos mayores, descubrimos que la mayoría estaba preocupada por la enfermedad de Alzheimer y las demencias relacionadas. Querían conocer sus factores de riesgo personales y estaban muy motivados para hacer cambios en su estilo de vida para reducir el riesgo de demencia”, ha indicado Yaffe, refiriéndose a su colaboración con el coinvestigador principal y coautor Eric B. Larson, exvicepresidente de investigación e intervención sanitaria en Kaiser Permanente Washington.
Los participantes en el estudio actual, así como en el anterior, estaban afiliados a Kaiser Permanente Washington y tenían entre 70 y 89 años. Presentaban al menos dos de los ocho factores de riesgo de demencia: inactividad física, hipertensión no controlada, diabetes no controlada, sueño deficiente, consumo de medicamentos con receta asociados al riesgo de deterioro cognitivo, síntomas depresivos elevados, aislamiento social y tabaquismo actual.
Los participantes en la intervención se reunieron con una enfermera y un asesor sanitario y seleccionaron los factores de riesgo específicos que querían abordar. Recibieron sesiones de ‘coaching’ cada pocos meses para revisar sus objetivos, que iban desde el seguimiento de la hipertensión hasta caminar un determinado número de pasos al día o apuntarse a una clase. Las reuniones empezaron en persona y cambiaron a llamadas telefónicas durante la pandemia.
Los participantes no intervenidos eran similares en edad, factores de riesgo y puntuaciones cognitivas, y recibieron material educativo, enviado por correo cada tres meses, sobre la reducción del riesgo de demencia.
LA PANDEMIA NO CONTRARRESTÓ LOS EFECTOS POSITIVOS DEL ESTUDIO
“Nos sorprendió gratamente que los resultados positivos del ensayo no se vieran contrarrestados por el impacto de la pandemia”, ha indicado Larson, que actualmente es profesor de medicina en la Universidad de Washington.
“Sabemos que el aislamiento provocado por el distanciamiento social se cobró un alto precio en la cognición, la vida social y la salud mental y física de algunos adultos mayores. Pero a los participantes del grupo de intervención les fue mejor cognitivamente y tuvieron menos factores de riesgo después del ensayo, durante la pandemia, que antes”, asegura el investigador.
A diferencia de los medicamentos antiamiloides, los programas de reducción de riesgos no son costosos, ni tienen criterios estrictos de elegibilidad, ni requieren un seguimiento exhaustivo de los efectos secundarios, indica Yaffe, que también está afiliado al Sistema de Salud de VA de San Francisco y al Instituto Weill de Neurociencias de la UCSF.
“Esperemos que en el futuro el tratamiento del Alzheimer y otras demencias afines sea como el de las enfermedades cardiovasculares, con una combinación de reducción del riesgo y fármacos específicos dirigidos a los mecanismos de la enfermedad”, concluye.
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