MADRID, 29 (SERVIMEDIA)
La caza industrial de ballenas durante los siglos XIX y XX casi acabó con varias especies, pero antes se capturaba esos animales a una escala mucho menor, suficiente para que al menos dos especies desaparecieran por completo de las aguas de la Europa atlántica: la ballena franca y la ballena gris.
Así se explica en un estudio internacional realizado por 26 investigadores pertenecientes a instituciones de Alemania, Bélgica, Canadá, Dinamarca, España, Francia, Noruega, Países Bajos, Portugal o Suecia, y publicado en la revista ‘Royal Society Open Science’.
El trabajo fue liderado por Youri van den Hurk, de la Universidad Noruega de Ciencia y Tecnología, y contó con la colaboración de investigadores de las universidades de León y de Oviedo, la Coordinadora para el Estudio de los Mamíferos Marinos (Pontevedra), el Instituto de Historia del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), el Centro de Experimentación Pesquera del Gobierno de Asturias y el Instituto Catalán de Paleoecología Humana y Evolución Social (Iphes).
La ballena franca del Atlántico Norte y la ballena gris solían ser de las mas comunes en aguas atlántica europeas, pero la primera de ellas está actualmente al borde de la extinción.
“La caza de ballenas estuvo muy extendida desde una época muy temprana. Esto tuvo importantes consecuencias para las especies en Europa”, indica Van den Hurk.
Los investigadores, fundamentalmente arqueólogos, examinaron 719 huesos de ballena de varias colecciones de museos de Europa, muchos de ellos datados entre los años 900 y 1500.
Al estudiar las proteínas de este material óseo, a menudo es posible descubrir de qué especie se originaron estos huesos. Los huesos de ballena examinados procedían de ballenas capturadas en lugares tan al norte como Noruega y tan al sur como España (Asturias, Cantabria y Galicia).
La caza de ballenas fue practicada por pueblos de muchos países europeos, tanto en Escandinavia como en las islas británicas, pero también en Bélgica, Francia y España.
ESPECIES COSTERAS
Quizás no sea sorprendente que la caza de ballenas estuviera tan extendida, puesto que todo en esos animales que pesan varias toneladas tenía una utilidad: se comía carne y grasa, se usaba aceite para encender lámparas y los huesos servían para corsés, casas y baratijas.
“Las fuentes históricas muestran que los primeros balleneros usaban arpones con boyas adheridas a ellos. Esto les permitió cansar a los animales antes de usar lanzas y lanzas para matarlos. Sin embargo, los métodos pueden haber variado de un lugar a otro. Fuentes noruegas mencionan que se utilizaron lanzas con puntas venenosas o que los cazadores acorralaron a las ballenas persiguiéndolas hasta los fiordos”, afirma Van den Hurk.
Sin embargo, durante el periodo más intensivo, los balleneros ocasionalmente capturaban tantas ballenas que solo se llevaban las partes más valiosas. El resto se dejó pudrir.
En el siglo XIX, barcos balleneros más grandes y equipos más eficientes hicieron posible capturar más ballenas y más grandes en menos tiempo. Incluso las gigantescas ballenas azules y rorcuales comunes ahora pueden ser capturados.
Los barcos modernos permitieron a los balleneros viajar a regiones distantes del Ártico y la Antártida. El arpón de los noruegos Erik Eriksen y Svend Foyn fue particularmente eficaz y la gestión de las poblaciones de ballenas resultó ser generalmente muy deficiente.
Las dos especies que desaparecieron tempranamente de Europa son ballenas que permanecen cerca de la costa. Esto significa que era posible cazarlas en embarcaciones pequeñas y con arpones comunes, incluso antes de que la caza se convirtiera en una importante industria.
Por lo tanto, estas ballenas eran particularmente vulnerables, a pesar de que la caza de ballenas se practicaba a muy pequeña escala. “Sabemos poco sobre los objetivos y el alcance de esta caza de ballenas preindustrial. Sin embargo, la arqueología y las fuentes históricas nos brindan una valiosa oportunidad para saber más sobre esta temprana caza de ballenas”, indica Van den Hurk.
BALLENA GRIS
La ballena gris (‘Eschrichtius robustus’) es una de las especies de las que los científicos encuentran muchos huesos en su material. “La gran prevalencia nos sorprendió porque los huesos de ballena gris no se habían identificado comúnmente en cantidades tan grandes durante estudios anteriores”, recalca James H. Barrett, de la Universidad Noruega de Ciencia y Tecnología.
La ballena gris comenzó a desaparecer de partes del Atlántico Norte ya en la Edad Media y la especie desapareció por completo de la zona en el siglo XVIII. Actualmente hay dos poblaciones viables en el océano Pacífico, pero aún no ha regresado al Atlántico salvo algún que otro ejemplar extraviado.
A pesar de que ya no vemos ballenas grises a lo largo de la costa noruega ni en otras partes de Europa, la especie sobrevivió en zonas donde la caza de ballenas no era tan común en ese momento.
BALLENA FRANCA DEL ATLÁNTICO NORTE
Sin embargo, a otra especie le fue mucho peor y los científicos conocían los problemas que afrontaba antes de que comenzara este estudio.
La ballena franca del Atlántico norte (‘Eubalaena glacialis’) es una nadadora lenta que prefiere permanecer cerca de la orilla. Además, tiene una gran cantidad de grasa, lo que la mantiene a flote en la superficie del agua cuando muere.
“Por lo tanto, la especie es una presa relativamente fácil para los balleneros. Probablemente, esta sea la razón por la que los huesos de ballena franca del Atlántico Norte constituyen la mayor parte del material que encontramos”, subraya Barrett.
Las ballenas francas del Atlántico norte estuvieron muy extendidas a lo largo de la costa de Europa hasta el siglo XVIII, pero apenas han sido cazadas desde el siglo XIX porque quedaban muy pocas. Hoy en día, probablemente estén extintas en el Atlántico oriental y casi ninguna queda en el occidental.
Las ballenas francas del Atlántico norte están completamente protegidas desde 1937, pero, a pesar de ello, solo quedan entre 300 y 400 ejemplares, principalmente a lo largo de la costa de América del Norte.
Hoy en día, la caza de ballenas ya no representa una amenaza para las ballenas francas del Atlántico Norte. Sin embargo, en un mundo de unos 8.000 millones de personas, no corren buenos tiempos para una especie que vive en zonas costeras donde hay mucho tráfico marítimo.
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