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“Tengo problemas de alcoholismo desde los 12 años debido a los abusos en la Iglesia”, narran las víctimas al Defensor

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Traumas emocionales y de conducta son las consecuencias que más afectan a las víctimas de los abusos

MADRID, 27 (EUROPA PRESS)

El Defensor del Pueblo, Ángel Gabilondo, ha recogido en el ‘Informe sobre abusos sexuales en el ámbito de la Iglesia católica y el papel de los poderes públicos’, testimonios directos e indirectos sobre 487 víctimas: “Tengo problemas de alcoholismo desde los 12 años, porque era mi salida: sabía que cada violación, aunque me doliera, sería menor con alcohol”, reconoce una víctima.

Según los datos recogidos por la institución que dirige Ángel Gabilondo, 410 de las víctimas fueron hombres (84,19%) y 76 mujeres (15,61%), un 97,2% de los testimonios sostiene que fueron víctima de abusos sexuales durante su minoría de edad. “Tomando como referente la fecha de mi comunión, puedo situar los abusos en la segunda mitad de 1960, entre mis 6 y 8 años”, dice una de las víctimas.

Tras analizar los testimonios recogidos por la Unidad de Atención a las Víctimas, se ha constatado que el tipo de abuso más común fueron los tocamientos, presentes en tres de cada cuatro relatos. Le siguen, por frecuentes, las conductas de masturbación pasiva (22%) y activa (16,2%). Además, se han denunciado 115 casos de violación: 51 personas informaron de que habían sufrido agresiones con penetración anal (10,47%), 46 con penetración oral (9,45%) y 18 con penetración vaginal (3,7%).

“Me tocó ser testigo presencial de los tocamientos que hacía a los niños de la parroquia. Y no solo a los de la parroquia, sino a los de otro colegio, donde había niños poco favorecidos”, relata un testimonio, mientras que otro señala: “Recuerdo que hubo tocamientos, recuerdo que me besaba y, después, cuando le parecía que estaba todo terminado, pues me daba unos caramelos, me decía que eran especiales, que los hacía él. Incluso recuerdo del gusto que tenían, a higos. Y también me decía que no tenía que contarle nada a nadie, que era un secreto entre nosotros”.

El informe sostiene que “centenares” de testigos han afirmado que creen que más gente sabía lo que sucedía, y en muchos casos, han referido que el conocimiento de los abusos era evidente por parte de otros clérigos. “Mientras sucedía el abuso en el despacho del director, los niños más mayores aporreaban la puerta para que me dejara en paz. Si esos estudiantes gritaban y hacían ruido, ¿por qué el resto de religiosos no hacía nada por evitarlo?”, se plantea una de las víctimas que ha ofrecido su testimonio.

CONSECUENCIAS DE LOS ABUSOS

Sobre las consecuencias de los abusos, la investigación pone de relieve que los problemas emocionales y de conducta son los más prevalentes, afectando a la mayoría de personas entrevistadas. Le siguen los problemas de relación interpersonal, los funcionales como trastornos de sueño o de tipo alimentario, y los sexuales. “He tenido muchos problemas sociales, muchísimos, muchísima ira, mucha inadaptación. Por ejemplo, con mi familia no tengo trato, porque no hemos sabido comunicarnos”, explica una de las víctimas.

Asimismo, en una quinta parte de los casos el Defensor del Pueblo ha hallado sentimientos de vergüenza y estigmatización. “Me daba vergüenza explicarlo, porque no quería decir cosas malas de un cura, que en teoría era una persona buena”, rememora otro testimonio.

Otras secuelas que han revelado las víctimas son la ideación suicida, el abuso de sustancias y el rechazo al contacto físico, que aparecen en un 15% de los relatos. “A los 17 años intenté suicidarme, me tomé toda la medicación que tenía para la depresión y me corté las venas del brazo”, cuenta una víctima, mientras que otra habla del consumo de drogas: “consumir pastillas, hachís, hasta entrar en la heroína […], que anestesiaba las malas emociones”.

Por otro lado, una mayoría de las víctimas entrevistadas ha afirmado que perdió la confianza en la Iglesia tras los abusos sufridos, lo que no siempre conllevó una pérdida de confianza en Dios. “Nunca más supe de este cura, no lo vi nunca más. De hecho, yo no quería ir a la iglesia, desde entonces estoy alejada de la religión […]. Yo no quiero que a mi hija le pasara algo así. No he bautizado a mi hija, porque yo no confío en la Iglesia, no creo. No sé si decir que no creo en Dios por culpa de este señor que, bueno, me truncó mi infancia”, cuenta otra víctima de abusos.

FACTORES DE RIESGO

Respecto a los factores de riesgo relatados por las personas entrevistadas, el estudio revela que destaca la ausencia (física o emocional) de progenitores, la falta de educación sexual, la baja autoestima, ser monaguillo o residir en un internado religioso y, en menor medida, trastornos mentales o discapacidades. “Habló conmigo y me dijo que, al estar separados mis padres, yo tenía falta de cariño y que él se había fijado en mí porque lo necesitaba y lo que hacíamos era amor, que no me preocupase”, asegura una de las víctimas en su relato.

En el ámbito familiar, según el informe del Defensor, la vulnerabilidad económica y pertenecer a una familia “profundamente” religiosa han sido identificados como posibles factores de riesgo. “Mis padres eran supercatólicos, pero activos. Mi padre estudió en el seminario. Y mi madre llevaba una revista del obispado […]. Él iba a misa con mi madre todas las mañanas a las 7, donde solo estaban mis padres y las hermanitas que atendían allí. Y los domingos íbamos todos”, relata otro testimonio.

También se han detectado factores asociados con el agresor, como el consumo de alcohol o conflictos internos. “Un día me hizo sentarme en su falda, después de comer, y empezó a besarme en la mejilla, y me abrazaba muy fuerte, de una forma que no lo habían hecho mis padres, y empecé a notar un olor muy fuerte a alcohol, brutal”, explica una víctima, al tiempo que otra asegura: “Salía en albornoz y con un vaso de licor DYC por el comedor”.

NEGACIÓN, OCULTACIÓN Y PRESIONES

El informe del Defensor del Pueblo hace hincapié, asimismo, en que “algunas víctimas han tenido que hacer frente no solo a la negación y a la ocultación, sino incluso a presiones y a reacciones” de representantes de la Iglesia en las que se les culpabilizaba de los abusos sufridos.

“Escribíamos panfletos a máquina denunciando a los curas abusadores y pidiendo a los niños que se negaran a ir a sus despachos, y aprovechábamos los recreos para hacer pintadas en las pizarras de las aulas con los nombres de los pederastas. El director, en vez de investigar las denuncias, nos expulsó del colegio a los sospechosos, y organizó una campaña difamatoria acusándonos de maleantes y traficantes de droga. Para colmo, prohibieron a los alumnos cualquier relación con nuestros hermanos pequeños. Cuando fuimos a pedir explicaciones, los expulsaron también”, denuncia una de las víctimas.

A juicio del Defensor, “durante mucho tiempo, las instituciones, en general, han permanecido inactivas ante la realidad de los abusos sexuales y no han realizado los esfuerzos necesarios para proteger a los menores de edad frente al riesgo de abuso en los centros educativos y en otras instituciones sociales, muchas de ellas dependientes de la Iglesia católica, pese a que podían ser conocedoras de la gravedad de ese riesgo”. Además, añade que las víctimas “no han obtenido reparación del daño causado ni suficiente apoyo por parte de las instituciones a través de los mecanismos actualmente existentes”.


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