Acto conmemorativo del 40 aniversario de Prensa Ibérica
La noticia falsa siempre ha estado ahí. La noticia falsa no es un oxímoron porque la falsedad provoca hechos reales. No hay nada nuevo en ello. Recurro al tópico. William Randolph Hearst había enviado a Cuba al dibujante Frederick Remington. Ante la tranquilidad reinante, le telegrafió: “Todo está en calma. No hay problemas. No habrá guerra”. Hearst respondió con la frase famosa: “Usted deme las ilustraciones y yo le daré la guerra”. Y, en efecto, hubo las dos cosas: ilustraciones y guerra. En 1978 también había noticias falsas. En la España analógica y preconstitucional, la de pana, patillas y pantalones anchos, borboteaban los rumores poniéndolo todo perdido. Hoy nos hemos acostumbrado a hablar de la sociedad líquida, de la velocidad de los acontecimientos, de una aceleración devoradora, caníbal. Pues recuerdo que aquel momento era puro fluido vertiginoso y las incertidumbres mayores que ahora. O casi. Entonces, en aquel tiempo de vértigo, echó a andar Prensa Ibérica que cumple 40 años. Tuvo un principio lejano, isleño y atlántico con la compra de Prensa Canaria y desde el archipiélago dio el gran tranco a la península, en 1984, con la adquisición de Información, Levante y, para jugar en casa, La Nueva España. Alejo dos tentaciones. Ni glosaré a Javier Moll de Miguel ni les resumiré la expansión empresarial de Prensa Ibérica. Si cayese en ellas resultaría pretencioso, porque de ambas saben más y mejor que yo, así que me perderé por otras consideraciones. Es una de las ventajas de hablar el último, que ya hay mucho y bien dicho. Soy lector de periódicos. Los leo y descuaderno en papel y también me he acostumbrado a navegarlos en la pulida pantalla del ordenador, ese mar plano repleto de cabeceras. Soy, repito, un lector constante de diarios, de quienes los leen cada mañana y los repasan por las tardes. Por cierto, si Bogart recomendaba no confiar en los hombres que no beben, yo les aconsejo que no se fíen de los políticos que niegan leer los periódicos. No les hagan mucho caso. Yo reconozco que los leo, y que me enfado, y me solivianto, y me río, y me entusiasmo y tengo todas las reacciones que suscita la lectura, hasta, en ocasiones, la peor posible, que es la indiferencia. En esta confesión de parte les preciso que empiezo por los periódicos de Asturias para luego irme a los nacionales y los económicos. No voy de lo global a lo particular, hago la ruta inversa. ¿Y qué tiene todo esto que ver con la efeméride de Prensa Ibérica? Pues llamémoslo casualidad, intuición, mundo colateral, conjunción astral. El caso es que Prensa Ibérica tiene su brote germinal en diciembre de 1978, por los mismos días que los españoles refrendaron la Constitución que consagra el Estado autonómico, y desde entonces la expansión del grupo ha sido paralela a la evolución territorial del país. Aún más: podríamos decir que Prensa Ibérica se ha consolidado desde la periferia, es un producto genuinamente periférico, no centralista, tal y como el Estado actual. De ahí quizá su capacidad para aprehender la realidad, al no encorsetarla con una horma única y capitalina. Así ocurre que los grandes diarios del centro, por llamarlos de un modo que viene al caso, fracasaron en muchos de sus intentos de expandirse a cuenta de replicar el modelo en cada terminal, sin comprender que es la pluralidad y no la uniformidad lo que conjunta el mosaico. Lo quisieron hacer al revés, pero el mapa de la prensa no es radial como la red de autopistas. Aclaro que lo importante no es que quien les habla empiece por leer los periódicos asturianos. Es que los demás presidentes autonómicos fijan también su preocupación en las cabeceras cercanas, sean Faro de Vigo, Diario de Mallorca, Información o cualquier otra. A buen seguro que Isidoro Nicieza, responsable de contenidos, podría confirmárnoslo. Por eso también fracasan las maniobras para imponer una visión madrileña de la compleja realidad autonómica. Ésa sería mi primera consideración. Desde su origen, Prensa Ibérica está unido a la Constitución y, por ende, a la democracia y a la diversidad. De ahí también que sus cabeceras sean acogedoras con la pluralidad. Sobre esto ya me pronuncié, creo que a propósito de una medalla de oro que un tal José Manuel se mereció por su trayectoria profesional en La Nueva España. Les ahorro la molestia de la repetición. Digamos que al primar la vinculación territorial sobre el sello político los rotativos del grupo son más permeables a la discrepancia. Adviertan que, al contrario, en los medios que eligen la marca a fuego de la trinchera ideológica la pluralidad es inexistente o se queda en algún florero. A estas alturas puede que tengan la sensación de estar escuchando a un crítico literario, de esos que encuentran en la obra detalles que el autor jamás imaginó. Es posible, pero tengan en cuenta que no pretendo hablarles de tú a tú sobre el negocio. Para eso están sus protagonistas: Javier Moll; la vicepresidenta, Arantxa, su esposa, quien le ha acompañado toda esta travesía; su hijo Aitor, ahora consejero delegado; y, en este periódico, Ángeles. Ellos son quienes saben el número pin, el código de acceso. Por cierto, Ángeles Rivero, primera mujer en acceder, hace ya unos años, a la dirección de uno de los periódicos importantes de información general. Permítanme, pues, que me vaya a la segunda consideración, tan osada como la anterior. Empecé hablándoles de las noticias falsas, ahora tan nombradas en inglés (fake news) para destacar que, por mucho que nos aturda el ruido de los días, siempre han existido, al igual que siempre se ha apelado a las emociones para sumar partidarios o alentar detractores del adversario. Eso que ahora se llama postfactualismo, cuando las creencias tienen más fuerza persuasiva que los hechos, tampoco es un rasgo original. Si es cierto que no existe democracia sin opinión pública -y su viceversa: ni opinión pública libre sin democracia-, también es verdad que las manipulaciones siempre han estado al orden del día, y algunas tan groseras como la perpetrada por Hearst. Sospecho que a todos se nos pasa el ejemplo indepe por la cabeza. La diferencia no está en la manipulación, sino en el fin de la mediación. Con la red, la comunicación se ha hecho horizontal y nodal, no vertical. Lo avisó Manuel Castells: “por primera vez hay una capacidad de comunicación masiva no mediatizada por los medios de comunicación de masas”. También él acuñó la expresión “autocomunicación de masas”, tan apropiada para las redes sociales. “Es la comunicación que seleccionamos nosotros mismos, pero que tiene el potencial de llegar a masas en términos generales”. Donald Trump no necesita pasar el filtro de un medio: dispara directamente a través de Twitter. Ese ha sido hasta ahora su botón nuclear. Les suena todo esto, y les sonarán mucho más las profecías apocalípticas sobre el papel, el periodismo ciudadano, la democracia en red y otros hallazgos. Las características serían la inmediatez, la gratuidad y todas las opiniones al mismo ras. Para las empresas informativas, un desafío mayúsculo: si cualquiera puede ser periodista, si cualquier juicio vale lo mismo, si la gente accede gratis a toda la información, apaga y vámonos. Las redes sociales son una fronda inevitable. Si no las frecuento es por razones meramente biológicas. Asumo que estarán ahí, que no son fugaces, que seguirán propiciando la balcanización y que, tal como se ha comprobado, serán aprovechadas para cortar trajes a medida para el electorado o para influir en apoyo de tal o cual interés. Mi indiferencia ante esas congregaciones de hooligans que se apiñan en facebook u otras redes, convertidas en auténticas fortalezas para los exaltados (la idea se la debo a Manuel Arias Maldonado), no les quita un ápice de importancia. De nuevo, la misma pregunta: ¿qué tiene esto que ver con Prensa Ibérica? Pues ocurre que el grupo ha seguido una actitud entre poco y nada claudicante ante esa gran transformación. Siempre que suceden cambios de esta envergadura, podemos oscilar entre la resistencia y la rendición. En el extremo, la primera carece de futuro. Es el negacionismo, no aceptar el paso de los tiempos. Desechémosla, sólo vale para ir consumiéndose. La segunda, también llevada al límite, deriva en papanatismo: olvidemos todo lo aprendido y lancémonos a la aventura. Por última vez, y disculpen mi pesadez, no intento dar lecciones de cómo dirigir un grupo de medios de comunicación. Aviados iríamos. Estoy buscando un punto de encuentro donde confluya la red, con sus hervideros de noticias falsas, y la formación (e información) de la opinión pública necesaria para una democracia de calidad. La clave de bóveda, o al menos una de ellas, radica en la veracidad, otra vieja conocida, tanto del periodismo como de la política. Frente a la abundancia de noticias falsas, reforcemos la voluntad de veracidad. Que el nombre del medio, el prestigio de la cabecera (brand name) sea el zaguán que nos adentra en una casa de hechos ciertos y opiniones libres. No me reprochen voluntarismo: ni digo nada nuevo ni nada que no haya formado parte de la deontología más elemental. Me contaron que aquí mismo, en La Nueva, Melchor Fernández solía recordar que los profesionales pasan, entran y salen, se acercan y se alejan, pero la cabecera permanece con toda su fuerza. Pues eso. La calidad democrática no es responsabilidad exclusiva de los políticos. Esa ecuación triangular según la cual nuestro país tiene una gran ciudadanía, grandísimos medios de comunicación pero una pésima dirigencia es filfa. Somos vasos con el mismo fluido. Unos medios que se rindan a lo chabacano en función de lo más leído en la red acabarán en aquello que decía Lope en el Arte nuevo de hacer comedias: “forzoso es hablarle al vulgo en necio para darle gusto” y los políticos terminarán haciendo lo mismo. Igual vale para la carencia de rigor, la tolerancia con el bamboleo declarativo –hoy digo una cosa; mañana, otra; todo se perdona- y otros rumbos similares. Así que tenemos una responsabilidad compartida. Una exigencia de calidad que nos debemos a nosotros mismos y que debemos a la sociedad. Personalmente, no creo que la calidad sea abundante como el mar océano. Por eso entiendo que si Prensa Ibérica quiere asegurar la calidad de su información, de sus análisis y de su opinión, no sea completamente gratuita en la red. Ha sido una apuesta empresarialmente arriesgada, pero que empieza a ser reconsiderada por otros medios y que, al menos para un ajeno, resulta totalmente razonable. Concluyo. En la trayectoria de sus 40 años, Prensa Ibérica ha compaginado su potente expansión con la calidad, que es el timbre de sus diarios. Como entusiasta de la calidad democrática y como lector de periódicos, deseo encontrarme cada mañana con portales que sean destinos seguros a, repito, hechos ciertos y opiniones libres. Estoy convencido de que seguirán sabiendo hacerlo. A Javier Moll y Arantxa Sarasola, enhorabuena. A todos, les animo a seguir trabajando por el buen periodismo, que es una excelente manera de trabajar por una buena democracia. Muchas gracias.
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