MADRID, 30 (EUROPA PRESS)
Kosovo se mantiene desde la década de los noventa del siglo XX como una herida abierta en el seno de los Balcanes; un territorio de menos de 11.000 kilómetros cuadrados que, 15 años después de su independencia unilateral de Serbia, sigue registrando de forma recurrente tensiones y violencias que se concentran principalmente en su zona norte, donde la comunidad serbia es mayoría.
La disolución de la antigua Yugoslavia supuso la reconfiguración del mapa de los Balcanes y, en el caso de Kosovo, el inicio de un nuevo pulso entre Pristina y Belgrado. Serbia siempre ha apelado a cuestiones de índole histórica para reivindicar que el territorio kosovar le pertenece, bajo premisas que entremezclan el nacionalismo y la lucha contra el imperio otomano con la religión –la huella ortodoxa sigue siendo patente a día de hoy, pese a que la mayoría de la población de Kosovo se identifica con el islam–.
Sin embargo, la comunidad albanesa, mayoritaria en Kosovo, se ha quejado históricamente de ser discriminada e incluso reprimida por la serbia. El Ejército de Liberación de Kosovo simbolizó durante años la lucha armada en aras de la soñada independencia, pero la rebelión lanzada en 1998 y la posterior respuesta de Serbia derivó en una guerra abierta con ecos europeos e incluso globales.
Una intervención de la OTAN en 1999 forzó el repliegue serbio y pausó un conflicto que, en sus raíces, sigue intacto. Las fuerzas de paz internacionales han servido de red de seguridad durante estos años, incluso en momentos de máxima tensión como en 2008, cuando Kosovo, entonces provincia serbia, proclamó la independencia a través de su Parlamento y de manera unilateral.
Kosovo se reivindica desde febrero de 2008 como Estado independiente, una posición avalada por alrededor de un centenar de países pero que Serbia sigue sin reconocer a día de hoy. Tampoco potencias como Rusia o China, ni cinco países de la UE –entre ellos España– que ven con recelo que un territorio pueda emprender el camino de la secesión sin contar con el visto bueno de su teórico gobierno central.
TENSIONES CONSTANTES
El Gobierno de Kosovo ha tratado de convertir este marco teórico en un control político ‘de facto’, impregnando con sus políticas todos y cada uno de los rincones de la antigua provincia. Sin embargo, la influencia de Pristina se resiste en la zona norte, donde la comunidad serbia, con el aval discursivo de Belgrado, sigue resistiéndose a cualquier potencial pérdida de influencia o concesión.
Mitrovica es la principal ciudad de la zona septentrional y simboliza en su día a día la división étnica entre albanokosovares y serbokosovares, pero también otras localidades de menor tamaño han visto aumentar en estos últimos años la tensión en las calles, en gran parte de los casos derivados de diatribas burocráticas cargadas de trasfondo político.
En 2022, los picos de tensión derivaron de una normativa kosovar para prohibir el movimiento a todos los vehículos con matrícula serbia, mientras que en 2023 las alertas saltaron por unas elecciones locales celebradas en febrero y boicoteadas por la comunidad serbia. La tasa de participación no alcanzó el 3,5 por ciento, pero los vencedores de dichos comicios, albanokosovares, reivindican su derecho a asumir el poder.
El presidente de Serbia, Aleksandar Vucic, ha puesto en alerta de combate en varias ocasiones a su Ejército y ha pedido incluso ir más allá, reclamando su derecho a intervenir en cuestiones de seguridad en la zona norte de Kosovo, una ‘línea roja’ a ojos de observadores internacionales.
NEGOCIACIONES PENDIENTES
Las partes negocian desde el año 2011 la normalización de relaciones, al amparo de la Unión Europea. Estos contactos, de los que dependen en gran medida que tanto Serbia como Kosovo puedan incorporarse a otros bloques o foros internacionales, se han traducido en acuerdos puntuales que no terminan de cumplirse sobre el terreno.
En 2013, se acordó la creación de una especie de autonomía para la minoría serbia, pero nunca se ha aplicado por las divergencias entre las partes sobre el funcionamiento y competencias que tendría esta institución. Los serbokosovares mantienen su particular boicot a las instituciones, como quedó de manifiesto en los recientes comicios.
La alianza municipal también fue objeto de discusión este mes de mayo, en una reunión entre Vucic y el primer ministro de Kosovo, Albin Kurti, celebrada en Bruselas bajo mediación del Alto Representante de la UE para Política Exterior, Josep Borrell. Este punto, clave en la restauración de lazos, sigue en el aire.
Del último encuentro salió otro principio de acuerdo, en virtud del cual las dos partes se comprometían a resolver la cuestión de las personas desaparecidas desde el conflicto, con vistas a cooperar en la identificación de los lugares de enterramiento y en el seguimiento de las excavaciones. Más de 1.500 víctimas de la guerra de Kosovo siguen sin ser localizadas en 2023.
La UE dispone además de una misión en Kosovo (EULEX), de carácter civil. La OTAN, por su parte, sigue presente con un despliegue de índole militar (KFOR), que con unos 3.800 efectivos aspira a garantizar la estabilidad de la zona, lo que implica también intervenciones en momentos de tensión.
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