GUADALAJARA, 10 (EUROPA PRESS)
Curiosos y turistas ya tienen un motivo más para acercarse a la comarca de la Arquitectura Negra y visitar La Vereda, un pequeño pueblo museo perteneciente en la actualidad a Campillo de Ranas, que gracias a la Asociación Cultural ‘La Vereda’, conserva la tipología de sus escasos edificios, casas que un día tuvieron que abandonar sus vecinos a raíz de la proyección de un embalse en la zona.
En esta estampa vida de la Arquitectura Negra de Guadalajara se abrirá, el próximo 22 de abril, un museo etnográfico, que está ubicado en una de las treintena de viviendas de la antigua aldea. Se trata de una Casa Museo en la que se recrea la vivienda típica de esta comarca. Un proyecto de la Asociación Cultural ‘La Vereda’, con el objetivo de que la gente que se acerque hasta este lugar pueda ver cómo se vivía en este enclave.
En la parte superior de la misma está la biblioteca y un taller de telares para los socios. Y es en la parte inferior la casa la que, tras realizar algunos trabajos de mejora en cubiertas, encalado de paredes, construcción de los suelos o el tratamiento de las vigas, se ha recreado lo que era una casa de antaño, con su gallinero incluido.
Un trabajo que llevan a cabo esta treintena de socios, sin coste alguno, ni ayudas por parte de las administraciones.
Así, en la vivienda se puede ver el zaguán, la típica cocina de entonces con sus pucheros, o cómo era el comedor de la época en la que este pueblo fue expropiado para construir cerca un embalse, con sus estanterías en madera rústica, cerámicas, y otros elementos como un tacatá de niño, muñecas, etc, todo ello aportado por antiguos vecinos de La Vereda.
Pablo Sanz es uno de los socios de ‘La Vereda’; lleva cerca de 40 años aquí y asegura que este museo responde a una demanda de quienes vienen a visitar el pueblo. “Son muchas las personas que han volcado su esfuerzo para poder mostrar a la gente como es una casa típica de esta zona; era una demanda a la que no podíamos negarnos”, afirma.
De hecho, las distintas dependencias se han separado con muros a media altura con el fin de facilitar la visualización del interior de la vivienda.”No es nada del otro mundo pero nos ha supuesto una gran ilusión y un esfuerzo considerable. Aunque gastamos nuestro tiempo y dinero en hacer esto para todo el mundo, la gente que ha venido y lo ha visto ha quedado encantadísima”, añade.
Lo cierto es que en pocas semanas se abrirá un museo en otro museo, ya que, realmente, es lo que hoy es La Vereda.
Gracias a la treintena de socios que conforman la Asociación Cultural ‘La Vereda’, este bello enclave conserva el atractivo de antaño con el añadido de estar bien cuidado. Aquí no llegan los cables de la luz ni el agua corriente por los conductos tradicionales, pero sus escasos habitantes toman el líquido elemento de un cercano manantial y cuentan también con alguna placa solar.En La Vereda no se permite realizar construcciones nuevas pero sus antiguos edificios están rehabilitados.
El deseo de gente como Pablo es que les arreglen la pista forestal para llegar a este bello enclave en el que de forma habitual viven media docena de personas.
Fue en 1972 cuando La Vereda y Matallana fueron abandonados; en ese momento, este pueblo pasó a depender del Ayuntamiento de Campillo y en 1983 este diseminado urbano pasaría a ser propiedad de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, salvo cuatro edificios que se quedó Campillo y que hoy cedió a la asociación: la casa del secretario, el ayuntamiento, la escuela y la antigua fragua.
Pero, previamente, ante el riesgo de que este bello enclave pudiera desaparecer, en 1977, un grupo de arquitectos de Madrid y amigos entendieron que, dado su valor patrimonial y etnológico, merecía ser recuperado y restaurado.
Fue entonces cuando el antiguo ICONA, propietario del paraje, les propuso constituir una asociación sin ánimo de lucro para llevar a cabo esos fines. Así nació la Asociación Cultural ‘La Vereda’.
La concesión inicial fue muy amplia en cuanto a extensión, incluyendo en el pliego de condiciones no solo los edificios de La Vereda, sino también los de Matallana, junto con pastos y tierras de cultivo de ambos pueblos, ubicados todos ellos en el monte denominado “La Vereda, Matallana y El Vado”.
La vigencia de este primer contrato fue de 10 años. Pasado ese tiempo, volvió a salir a concurso público con el mismo procedimiento, pero esta vez separando ambos cascos urbanos, uno para La Vereda y otro para Matallana, y la asociación a la que pertenece Pablo, se presentó al primero, obteniendo un nuevo periodo de 10 años.
Desde entonces, al término de las sucesivas concesiones, se han presentado a los concursos convocados para La Vereda, y ha obtenido su adjudicación correspondiente, aunque en la actualidad se podría decir que se encuentran en una especie de limbo administrativo ya que la Junta tendría que haber afrontado de nuevo la renovación o actualización de dicha concesión con la forma jurídica que haga falta para ello, pero es algo que aún no se ha hecho, tal y como señalan a Europa Press fuentes municipales.
El propósito principal de esta asociación era regenerar y revitalizar el núcleo urbano de la Vereda, junto con el medio natural sobre el que se asienta. Manteniendo la tipología de los edificios y el carácter de la arquitectura negra tradicional.
La Asociación se rige por unos estatutos y sus decisiones se toman en asambleas trimestrales de socios. Actualmente son 35, el mismo número que el de viviendas disponibles. La Junta de Comunidades de Castilla la Mancha no permite que haya más socios que viviendas, ni tampoco nuevas construcciones, solo para rehabilitar las existentes.
De acuerdo a los estatutos, los habitantes de La Vereda que integran la asociación se comprometen a mantener y rehabilitar el edificio que se les adjudique, y si no cumplen los fines requeridos, pueden causar baja. También se responsabilizan de participar en trabajos comunitarios, así como en cualquier otra tarea necesaria para la rehabilitación del pueblo.
Cada año se celebran las fiestas de la localidad en un fin de semana próximo al 29 de junio (San Pedro), llevándose a cabo concursos, pasacalles, disfraces, cena comunitaria, y se realiza el encendido del horno de cerámica para cocer y esmaltar piezas elaboradas en su taller.
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