MADRID, 10 (EUROPA PRESS)
El 10 de abril de 1998, el Úlster puso fin con un histórico acuerdo a tres décadas de conflicto. Los Acuerdos de Belfast, rebautizados para la posteridad como los Acuerdos de Viernes Santo por la fecha en que fueron firmados, marcaron el principio del fin de unos enfrentamientos sectarios a partir de un consenso que ahora se tambalea, agitado por los efectos políticos colaterales de la salida de Reino Unido de la Unión Europa.
El conflicto se remonta a los años veinte del siglo pasado, cuando la isla de Irlanda se dividió entre un país homónimo independiente y una zona septentrional que seguía vinculada a Reino Unido. Triunfaron entonces las tesis unionistas, en detrimento de las de los republicanos, que querían integrarse en la Irlanda independiente.
Las discrepancias políticas y sociales derivaron década más tarde en la creación de grupos armados: por parte de los unionistas, surgió la paramilitar Fuerza Voluntaria del Úlster, mientras que en el bando rival se creó el Ejército Republicano Irlandés, conocido por las siglas inglesas de IRA.
Comenzaron Los Problemas (‘The Troubles’, en inglés), el eufemismo por el que se conoce a un conflicto que se cobró durante tres décadas más de 3.500 vidas, hasta la firma de los Acuerdos de Viernes Santo.
Dicho texto tenía como principal desafío dibujar un nuevo marco de convivencia política que reflejara además el complejo tejido social de un pueblo partido en dos, con divisiones establecidas incluso en el ámbito religioso –los unionistas son en su mayoría protestantes, mientras que los republicanos se identifican con el catolicismo–.
Los Acuerdos sentaron las bases de un marco de respeto entre las dos partes y, en el terreno político, dieron pie a un nuevo Parlamento con sede en Belfast y un Gobierno de obligada coalición. Los nacionalistas, encabezados por el Partido Unionista Democrático (DUP), y los republicanos, liderados por el Sinn Féin, brazo político del IRA, estaban obligados a sentarse a la misma mesa.
Los grupos armados renunciaron a la lucha armada y se produjeron excarcelaciones, mientras que Londres accedió a renunciar a gran parte de su presencia militar como gesto de distensión, en un ambiente prácticamente festivo que trascendió el protocolo político y del que formaron parte figuras públicas.
Estados Unidos, entonces encabezado por el demócrata Bill Clinton, ejerció de mediador en estas negociaciones, que concluyeron con la rúbrica de los dos principales responsables políticos de Irlanda y de Reino Unido: Tony Blair por la parte británica y Bertie Ahern por la irlandesa.
El Comité Noruego reconoció en 1998 con el Nobel de la Paz estos esfuerzos políticos, personificados en las figuras del dirigente político irlandés John Hume y del norirlandés David Trimble. El jurado entendió que su labor no sólo permitiría la paz en Irlanda del Norte, sino que serviría para “inspirar” otras soluciones pacíficas a conflictos de diversa índole en todo el mundo.
CONATOS DE VIOLENCIA
El acuerdo, sin embargo, no supuso el fin completo de la violencia, ya que si bien los principales líderes armados accedieron a deponer las armas, se generaron ciertas divisiones en el seno del IRA que derivaron en la constitución de varias escisiones, con subgrupos que siguen activos a día de hoy y aún siguen siendo una amenaza a ojo de las autoridades.
De hecho, el Gobierno británico decidió este pasado marzo elevar a grave el nivel de alerta antiterrorista, lo que implica considerar “muy probable” que se produzcan atentados. Respondía así al asesinato en febrero de un policía, John Caldwell, abatido a tiros después de acudir a un partido de fútbol infantil. El ataque fue reivindicado por el Nuevo IRA.
Una investigación independiente publicada en 2018 cifraba en 158 las víctimas mortales por actividades paramilitares tras la firma de los Acuerdos de Viernes Santo.
EL TERREMOTO DEL BREXIT
La Irlanda del Norte de hoy tampoco es la misma que hace 25 años. En septiembre de 2022, el censo reflejó por primera vez que había más personas que se identificaban como católicos que como protestantes, y en los comicios parlamentarios de mayo por primera vez el Sinn Féin obtuvo la primera plaza, en detrimento del DUP, que siempre se había arrogado el cargo de ministro principal y, por tanto, la batuta del Gobierno.
Todo ello en un contexto marcado desde 2016 por el Brexit. En junio de ese año, una mayoría de ciudadanos británicos –también en Irlanda del Norte– apostaron en referéndum por la salida de Reino Unido de la Unión Europea, lo que obligó a redibujar un marco de relaciones que tenía entre sus puntos más espinosos la frontera en la isla de Irlanda.
El Gobierno británico y la Comisión Europea idearon el conocido como Protocolo de Irlanda del Norte, anexo a los acuerdos del Brexit y que alejaba el fantasma de una ‘frontera dura’. Permitía a los norirlandeses seguir vinculados al mercado común europeo, pero obligaba al establecimiento de una serie de controles en el comercio con Inglaterra, Escocia y Gales.
El recelo unionista hacia estos controles, alegando que limita las relaciones fluidas con el resto de Reino Unido, ha derivado en un bloqueo político en Irlanda del Norte, hasta el punto de que esta zona carece de gobierno desde la pasadas elecciones. El DUP se ha negado a facilitar el funcionamiento institucional y pactar una nueva coalición hasta que se tengan en cuenta sus reivindicaciones.
El pulso a tres bandas derivó en marzo de este año en el Marco de Windsor, un nuevo texto que simplifica esos controles y que cuenta con el visto bueno de la mayoría de los diputados en la Cámara de los Comunes. El DUP, sin embargo, ha pedido tiempo para examinar todos los detalles y derivadas y aún debe decidir si da el paso definitivo para volver a tender puentes con el Sinn Féin.
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