MADRID, 18 (EUROPA PRESS)
Es probable que un aumento alarmante en la aparición de la malformación genital más común en bebés varones, hipospadias, se deba a factores ambientales, como la exposición a sustancias tóxicas, que alteran la programación epigenética en un pene en formación, según el análisis dirigido por la Universidad Estatal de Washington (EEUU).
La investigación, que ha sido publicada en ‘Science Reports’, identificó un vínculo directo entre las muestras de tejido con hipospadias y la presencia de alteraciones epigenéticas, o cambios en los factores y procesos moleculares alrededor del ADN que determinan cómo se comportan los genes. Por el contrario, no se encontraron alteraciones epigenéticas en muestras de tejido del pene tomadas del prepucio de bebés sanos sin hipospadias.
La investigación ayuda a responder preguntas de larga data sobre el aumento de la frecuencia y la posible causa raíz del hipospadias, un defecto congénito en el que la abertura de la uretra se encuentra en la parte inferior del pene en lugar de en la punta.
“Investigadores anteriores realizaron análisis extensos y no encontraron ningún tipo de mutación genética en la secuencia de ADN que se correlacione con la presencia de la enfermedad, por lo que siempre ha habido un gran signo de interrogación con respecto a su origen”, señala Michael Skinner, autor principal correspondiente de el estudio y profesor de biología de WSU.
“Nuestro estudio muestra que la etiología de la enfermedad está impulsada por el medio ambiente a través de la epigenética en lugar de ser el resultado de cambios en la secuencia de ADN. Nos da una imagen más clara de lo que está pasando”, añade.
Si bien la investigación aún se encuentra en una etapa temprana de desarrollo, en última instancia podría conducir a una detección más temprana y un mejor manejo clínico del hipospadias, cuya prevalencia ha aumentado en un 11,5 por ciento en las últimas décadas, lo que la convierte en la malformación genital más común en los recién nacidos varones.
Un posible camino a seguir sería identificar un biomarcador epigenético específico que podría recolectarse con un simple frotis en la mejilla de los padres de un bebé para determinar la probabilidad de que el recién nacido desarrolle hipospadias.
“Esto no es tan descabellado. Hemos identificado este tipo de biomarcadores para otras enfermedades. La detección temprana significa que podrían realizar un tratamiento clínico antes, lo que podría resultar en menos complicaciones para el bebé y más tranquilidad para los padres”, explica Skinner.
Una pregunta importante que queda por responder es específicamente qué factores ambientales (es decir, sustancias tóxicas) promueven las alteraciones epigenéticas que causan hipospadias. Un posible culpable que los investigadores mencionaron en el estudio es un fármaco llamado dietilestilbestrol (DES) que se usó a finales de los 50 y principios de los 60 para aliviar las últimas etapas del embarazo en las mujeres.
“Realmente nunca hubo evidencia de que ayudara con el embarazo, pero después del hecho, los médicos comenzaron a encontrar efectos severos en el desarrollo de la droga en los bebés. La hipospadias era uno de los problemas. Desafortunadamente, debido a que los cambios epigenéticos causados por medicamentos como este y otros tóxicos ambientales son heredables epigenéticamente, a menudo se transmiten de una generación a la siguiente después de que se contraen. Con el tiempo, los efectos perjudiciales pueden persistir y propagarse”, señala Skinner.
Otro hallazgo interesante del estudio fue que las muestras de tejidos con casos leves de hipospadias tenían un mayor grado de alteraciones epigenéticas que las muestras de tejidos con versiones más graves de la enfermedad. “Lo que esto sugiere es que las células con alteraciones epigenéticas realmente graves probablemente estén muriendo y no sobreviviendo, mientras que un caso leve de hipospadia tendrá muchas de estas células enfermas aún vivas”, afirma el investigador Skinner.
Este estudio se realizó en colaboración con investigadores de los Departamentos de Pediatría y Urología Pediátrica de la Facultad de Medicina de la Universidad de Indiana. Y la financiación de la investigación fue proporcionada por la Fundación John Templeton.
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