MADRID, 13 (EUROPA PRESS)
El psicólogo especialista en dolor persistente y profesor de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), Rubén Nieto, advierte de que existen algunas falsas creencias relacionadas con el dolor, como que, si no se encuentra una causa física, la persona se está inventando el dolor.
El hecho de que, en ocasiones, no se encuentre una causa fácilmente identificable del dolor que sufre una persona puede llevar a pensar que se está inventando su dolor. Sin embargo, como explican los psicólogos Nieto y Mayte Serrat, “el dolor no suele inventarse ni se crea voluntariamente, ya que siempre es real y se genera con independencia de lo que la persona pueda opinar o pensar”.
Tradicionalmente, el dolor ha sido entendido “desde un modelo biomédico asociado a daño en los tejidos, interpretando que, cuanto más daño hay, más dolor se siente. Gracias a la neurociencia, sabemos que esto no es así”, indica Serrat, poniendo como ejemplo el miembro fantasma, que se da cuando una persona percibe dolor en una parte de su cuerpo que ya no tiene. “Es posible tener dolor sin un cuerpo físico y es exactamente igual de real que si se tuviera esa parte física. Hay que tener en cuenta que la nocicepción no es necesaria ni suficiente para generar dolor”, afirma la psicóloga y fisioterapeuta.
EL DOLOR ES O FÍSICO O PSICOLÓGICO
Según los expertos, el dolor es una opinión del cerebro que no tiene una relación directa con la cantidad de daño físico que pueda sufrirse, sino que tiene relación con la “cantidad” de amenaza o peligro que el cerebro interpreta que una lesión potencial o real puede generar.
Pero, como explica Nieto, polarizar el dolor como físico o psicológico carece de sentido “en la medida en que la experiencia del dolor es única y construida de forma única para cada persona, a partir de la interacción de múltiples factores”. “Y aunque los factores psicológicos puedan tener un peso importante en la experiencia del dolor, esto no quiere decir que se pueda categorizar el dolor como exclusivamente psicológico”, añade.
Entre esos factores psicológicos que modulan la experiencia del dolor se encuentra el estado de ánimo, que puede influir en cómo se experimenta el dolor. “Si nos sentimos tristes, por ejemplo, tendremos una tendencia a ver las cosas de forma más negativa y que nos afecten en mayor medida. En este sentido, pueden aparecer lo que denominamos pensamientos catastróficos, que consisten en ver la situación (el dolor) como algo sobre lo que no podemos hacer nada, que ocupa gran parte de nuestros pensamientos, y como algo terrible, mucho más de lo que en realidad es”.
Pensar de esta manera puede también hacer que tengamos miedo a lesionarnos o realizar actividades que puedan incrementar el dolor, de forma que se cree un círculo vicioso que finalmente pueda hacernos sentir peor”, señala el profesor de la UOC. Igualmente, el estrés también puede afectar, incrementando o “disparando” el dolor, a la vez que tener dolor puede crear estrés.
También es un mito que no se pueda hacer nada para ayudar a disminuir el dolor. Como explican Nieto y Serrat, tener dolor cuando alguna parte del cuerpo puede estar en peligro no solo es normal, sino que es “deseable”. Pero cuando ya no satisface esta función de supervivencia y protección, deja de cumplir con su cometido. Es en estos casos cuando la labor de la persona que siente el dolor es clave.
“El dolor no implica, necesariamente, que exista daño en los tejidos, pero el cerebro ha aprendido a asociar ciertas sensaciones y percepciones con el dolor. Se trata de enseñar al cerebro a reconceptualizar estas relaciones, reeducarlo. Y esa reconceptualización puede realizarse a través de la educación en neurociencia del dolor, explicando los mecanismos por los que ocurren las asociaciones y a través de diferentes técnicas y ejercicios”, indica Mayte Serrat.
Así, si el cerebro interpreta que, incluso habiendo daño real, no es necesario que la persona haga una acción concreta, no generará dolor, como ocurre cuando alguien se descubre un moratón y ni siquiera recuerda en dónde o cuándo se ha dado un golpe. “Entendiendo que la experiencia del dolor forma parte de un proceso de aprendizaje, se puede desaprender para recibir la educación de forma correcta y que el cerebro cree nuevos conceptos de asociación que permitan generar dolor funcional para nuestra supervivencia y elimine aquel persistente que ya no cumple con su cometido”, explica la psicóloga.
Otra falsa creencia es que el dolor crónico o persistente sea cosa “solo de mujeres”. Algunas enfermedades como la fibromialgia se asocian principalmente al sexo femenino, y esta realidad puede llevar a la creencia de que el dolor crónico o persistente es una experiencia que sufren solo las mujeres. Sin embargo, según Rubén Nieto y Mayte Serrat, hay un problema de infradiagnóstico de enfermedades como la fibromialgia en el sexo masculino “quizás debido a estigmas sociales por el carácter femenino de la misma enfermedad y el estereotipo de fortaleza de los hombres frente al dolor”. “Es urgente y necesario que la perspectiva de género se aplique en todos los ámbitos, y el contexto del dolor no es una excepción”, indican.
También es falso que el entorno de la persona con dolor crónico o persistente no pueda hacer nada para ayudar. Según los psicólogos, las personas del entorno, a través de su comportamiento, pueden influenciar en los factores que están implicados en la modulación del dolor de quien lo sufre.
“Si, por ejemplo, cuando la persona con dolor manifiesta su problema, alguien de su entorno hace todas sus actividades, y lo hace siempre, seguramente, de forma no intencionada, estará provocando que cuando la persona con dolor quiera hacer las actividades de nuevo tenga más dificultades. La evitación no es una buena estrategia, es necesaria la confrontación”, señalan Nieto y Serrat.
De ahí que sea importante implicar a los allegados en los tratamientos para que las personas con dolor puedan realizar un afrontamiento activo con la ayuda necesaria. Los mensajes y las indicaciones también son de gran importancia, y para ello es necesario una correcta comprensión del funcionamiento y de los factores implicados en la cronificación del dolor.
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