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División política en Brasil por la bandera nacional y la camiseta de la selección

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La izquierda acusa a Bolsonaro de intentar apropiarse de símbolos generales en beneficio de su campaña

RÍO DE JANEIRO (BRASIL), 28 (EUROPA PRESS)

Miles de personas ataviadas con la camiseta de la selección brasileña de fútbol, muchos de ellos bandera nacional en mano o anudada al cuello, se dan cita en los actos más multitudinarios del presidente Jair Bolsonaro. La marea verde y amarilla que acompaña al mandatario en sus actos públicos se ha convertido en una de las señas de identidad de su espacio político, pero al mismo tiempo ha generado la desafección de parte de la población con los símbolos patrios.

En Brasil ya hay quien relaciona la bandera menos con el sentimiento nacional y más con el tercio del electorado que se inclina hacia Bolsonaro, llegando incluso a rechazar ponerse la camiseta de la selección por la calle o durante la retransmisión de los partidos.

“Sin duda, muchos sienten vergüenza de vestir los colores verde-amarillo y ser asociados con el bolsonarismo”, comenta Sergio Coutinho, historiador de la Universidad Nacional de Brasilia.

“El espacio fiel al presidente se apropió de la bandera nacional siguiendo la vieja tradición anticomunista que se dio mucho antes de la Guerra Gría”, asegura el analista, que recuerda cómo los colores verde y amarillo de la enseña fueron reivindicados en las primeras décadas del siglo XX, frente a la izquierda radical, y también durante la dictadura militar impuesta entre 1964 y 1985.

De ahí uno de los cánticos más conocidos de quienes apoyan a Bolsonaro: “A nossa bandeira jamais será vermelha”, o “nuestra bandera nunca será roja”.

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LA IRRUPCIÓN DE BOLSONARO

Con todo, el uso de la enseña y de la camiseta de la selección era común entre brasileños de todo signo político, e incluso el movimiento “Directas ya”, que se opuso a los militares en los 80, utilizaba los colores nacionales para reivindicarse.

Eso comenzó a cambiar en 2013, con las masivas protestas anticorrupción que estallaron durante el Gobierno de Dilma Roussef y que concluyeron con su destitución en 2016. Ese movimiento era entendido, en un principio, como una causa universal brasileña, de ahí que la mayoría utilizase la bandera y la camiseta de la selección de fútbol para salir a las calles a protestar.

Bolsonaro irrumpió con fuerza en la política en 2018, aliado de un pequeño partido sin colores propios, como sí tienen las grandes formaciones en Brasil. Por eso le fue fácil –y exitoso– tomar los colores nacionales como los suyos propios.

“Mi partido es Brasil”, suele decir todavía el presidente ultraderechista, que se presenta este domingo a la reelección bajo las siglas del modesto Partido Liberal y cuenta con un 31 por ciento de intención de voto en la última encuesta de la firma Ipec, 17 menos que su rival, el ex mandatario izquierdista Luiz Inácio Lula da Silva (2003-2010), que ronda un 48 por ciento en ese mismo sondeo.

“Es terrible”, dice Carolina Soares, mientras organiza una pequeña tienda de ropa en el barrio de Botafogo, en Río de Janeiro. “La copa del mundo está llegando en medio de las elecciones. A nosotros nos gusta el fútbol, lo amamos, y no poder usar la bandera ni la camiseta de nuestro país por tener miedo de parecer bolsonaristas es triste y lamentable”, asegura.

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Ella ha creado una alternativa, confeccionando camisetas de la selección nacional que aclaran, a la espalda, que el portador no es seguidor del presidente. “Estoy apoyando a la selección pero no soy ‘bolsominion'”, dice la leyenda de la zamarra, en alusión al término que los detractores del mandatario utilizan para referirse a sus seguidores.

“Las creé por una cuestión de identidad. Los colores de Brasil han sido secuestrados por la extrema derecha. La estampa es para diferenciarnos, porque desde 2013 los colores de Brasil tomaron un rumbo fascista y hace bastante tiempo que la gente apoya al equipo nacional sin querer utilizar la camiseta de la federación”, comenta la creadora de Produtinhos Cajú.

LA BANDERA DE “PERSONAS DE BIEN”

Bolsonaro, criticado también en Brasil por haber convertido en actos de campaña la festividad del día de la independencia e incluso su presencia en Londres para el funeral de la reina Isabel II, reivindica el uso de los colores nacionales por parte de sus seguidores.

“La izquierda, los partiditos esos, rasgaban la bandera nacional, la quemaban, ponían sus pies encima y zapateaban encima de ella. Eso es un ultraje”, señaló recientemente el presidente.

“Hoy el pueblo identifica la bandera conmigo, con nuestros candidatos para Brasil, con las personas de bien, contra las drogas, con aquellos que defienden la vida desde la concepción, que están contra las drogas, que están contra la ideología de género, y aquellos que defienden la propiedad privada siempre amenazada por la izquierda”, abundó el mandatario.

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Lula, por su parte, afirmó a principios de septiembre que Bolsonaro usa la bandera “para mentir, propagar el odio e incentivar la menta de armas”. “Un fascista que no tiene partido político, que nunca organizó un partido, que no le gusta el pueblo y que no respeta a nadie, dijo ‘mi partido es Brasil’. Esa bandera nacional no es de un partido, es de 215 millones de brasileños que aman este país”, señaló el exmandatario.

En sus mítines abundan las banderas rojas del Partido de los Trabajadores y de otros movimientos sociales. Algunos, pocos, sí acuden con la enseña nacional, existiendo un movimiento entre el progresismo que aboga por la recuperación de los símbolos patrios en ese sector.

“Es idiota creer que la izquierda sólo usa el rojo. Él genera muchas mentiras y creó esa de que la izquierda odia a la bandera”, asegura la diseñadora Soares.

“Hay que retomar los símbolos, pero resignificándolos a partir de una relectura de la historia de Brasil, a partir de las luchas de resistencia de los grupos sociales minoritarios, como los indígenas, negros, mujeres, LGTBIQ+, que luchan por la ciudadanía y la inclusión social”, reclama, por su parte, el historiador Coutinho para una bandera y una camiseta de la selección de fútbol cuya aceptación se medirá también tras las elecciones, durante la Copa del Mundo que empieza el próximo noviembre.


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